jueves, 16 de febrero de 2017

El mito de la imbatibilidad de los británicos: los españoles Si les ganabamos



El mito de la imbatibilidad de los británicos: de cómo el Imperio español supo hacerlos sangrar


«A los españoles por mar los quiero ver, porque si los vemos por tierra, que San Jorge nos proteja», afirma una popular cita datada supuestamente de los tiempos de lucha entre el Imperio español y la Monarquía inglesa. La amplia lista de derrotas inglesas cuestiona también la cacareada superioridad
                               
 
                                   Blas de Lezo

En 1558, las tropas francesas dirigidas por Paul de Thermes se enfrentaron a las españolas de Felipe II en una lucha que se mantuvo empatada hasta que una flotilla bombardeó por sorpresa la retaguardia gala. Aquella acción determinó en buena parte la victoria en la batalla de las Gravelinas, si bien quedaron dudas sobre cuál era la bandera de aquellos barcos. Los cronistas ingleses no tardaron en afirmar que se trataba de barcos británicos –en ese momento aliados con el Imperio español a través del matrimonio de Felipe II y María Tudor–, a pesar de que lo más probable es que se tratara de la flota guipuzcoana cuya tripulación sirvió en la batalla. ¿Qué pudo llevar a los ingleses a achacarse una participación que nunca tuvieron?
Los mitos ingleses tienen distintas formas y se extienden a lo largo de los siglos, pero resultan incapaces de ocultar la obviedad de que todos los países tienen sus desastres y su incontable lista de derrotas.
Nada nuevo bajo el sol. Los ingleses han gozado siempre de la fama de que les gustaba inflar su protagonismo en acciones militares, ocultar derrotas como la acontecida en Cartagena de Indias en 1741 y sostener mitos imposibles a través de una portentosa propaganda. Sus exageraciones van desde que ninguna fuerza ha logrado atacar sobre suelo británico (sin ir más lejos en la batalla de Cornualles, 1595, Don Juan del Águila atacó varias villas británicas), hasta que sus fuerzas han resultado prácticamente imbatibles por tierra y, sobre todo, por mar. Los mitos ingleses tienen distintas formas y se extienden a lo largo de los siglos, pero resultan incapaces de ocultar la obviedad de que todos los países tienen sus desastres y su larga lista de derrotas.
La lista de fracasos de Inglaterra y de las distintas entidades políticas que han heredado su tradición (el Imperio británico y Gran Bretaña) es tan amplia como la de cualquier otro país. La Guerra Anglo-Francesa (1202-1214); la Primera Guerra de Independencia Escocesa (1296-1328); la Segunda Guerra de Independencia Escocesa (1332-1357); y la Guerra de los Cien Años (1337-1453), en este último caso más bien empate técnico, son algunas de las contiendas que perdió durante la Edad Media. No obstante, parte del mito asegura que la imbatibilidad y la superioridad de los ejércitos ingleses comenzó más tarde, durante el reinado de Isabel Tudor.
«A los españoles por mar los quiero ver, porque si los vemos por tierra, que San Jorge nos proteja», afirma una popular cita datada supuestamente de los tiempos de lucha entre el Imperio español y la Monarquía inglesa a mediados del siglo XVI. Dadas las características geográficas de las Islas británicas, los ingleses han podido centrarse a lo largo de su historia en tener la mejor flota, en detrimento de sus fuerzas terrestres, y se han implicado lo mínimo e imprescindible en las guerras continentales. Lo que resulta más complicado es delimitar cuándo se cimentó esta fortaleza naval, que se suele situar de forma imprecisa en aquel duelo al sol entre Felipe II e Isabel I. A decir verdad, Inglaterra ni siquiera salió bien parada del conflicto.

 
         El Tratado de Londres de 1604 puso fin a la guerra

España ganó la guerra de la Armada Invencible
Los exitosos ataques al Caribe español, el fracaso de la Empresa inglesa y los sucesivos saqueos de Cádiz fueron compensados con la llamada Contraarmada, que devino en un desastre casi de la misma magnitud que el de Felipe II y en una serie de victorias españolas a lo largo de la siguiente década. En 1592, el marino Pedro de Zubiaur dispersó en las costas francesas un convoy inglés de 40 buques; en 1596, el pirata Francis Drake y su mentor, John Hawkins, se estrellaron en el Caribe, donde pretendían repetir los lucrativos saqueos de su juventud y hallaron la muerte frente a poblaciones que se habían fortificado en años recientes. Eso sin mencionar las incursiones de Don Juan del Águila tanto en Cornualles como en Irlanda, donde intentó encabezar una rebelión local contra los ingleses.
Los historiadores coinciden en señalar que el Tratado de Londres se trató de un texto favorable a España
El Imperio español perdió a largo plazo su cetro de potencia naval en parte por aquel pulso, pero el tratado que puso fin al conflicto evidenció quién había ganado a corto plazo. Las negociaciones entre ambos países desembocaron en el Tratado de Londres del 28 de agosto de 1604. Los historiadores coinciden en señalar que se trata de un texto favorable a España, puesto que no solo obligaba a los ingleses a cesar en su apoyo a los rebeldes holandeses, sino que en uno de sus artículos autorizaba a los barcos españoles a emplear los puertos británicos para refugiarse, reabastecerse o repararse, es decir, que ponían a su disposición toda su red portuaria.
En lo referido al corso que había precipitado la guerra, el artículo sexto obligaba a ambos países a renunciar a la actividad pirata, sin letra pequeña. Muchos creyeron que este punto solo era papel mojado, entre ellos el último de los grandes corsarios isabelinos, Walter Raleigh (adaptado a lo bestia como «Guatarral» por los españoles), quien se embarcó por entonces en una expedición a América que le reportó un botín más bien escaso. De vuelta a Londres, Raleigh fue detenido y ejecutado por un delito de piratería a instancias del embajador español.



Representación del gobernador de Cádiz dando instrucciones a sus subordinados para organizar la defensa de la ciudad.

Todavía faltaba mucho tiempo para que Inglaterra fuera una potencia realmente temida. Tras el pacífico reinado de Jacobo I, Carlos I inició una guerra contra el Imperio español en parte como represalia a lo que él consideraba un humillante trato durante las negociaciones para casarse con una infanta española. Sin embargo, la guerra no dio los resultados esperados y, en 1625, un ataque naval contra Cádiz terminó con una estrepitosa derrota para Carlos, causándole el descrédito ante sus súbditos. Varias derrotas más, incluida la Rendición de Breda donde había tropas inglesas desplegadas, llevaron a Inglaterra a firmar la paz en 1630 y a dar por finalizada su participación en la Guerra de Treinta Años. Los costes del conflicto y la mala gestión se sumaron a las disputas entre la Monarquía y el Parlamento que se alargaban desde el anterior reinado. Todo ello desembocó en la célebre Guerra Civil inglesa de la década de 1640 y la ejecución del Rey.
El siglo XVIII, no en vano, vivió el ascenso de Inglaterra a gran potencia naval, lo que no evitó que incluso una potencia en declive como España pudiera causarle importantes derrotas. La coletilla «el día que España derrotó a Inglaterra» y fórmulas similares para presentar las victorias hispánicas por mar como algo insólito suponen caer en la simplicidad. El catálogo de éxitos es lo bastante amplio como para hablar de dos rivales con un balance de victorias y derrotas bastante equilibrado. La gigantesca flota de Edward Vernon se estrelló en su intento de conquistar Cartagena de Indias en 1741; una flota franco-española venció a una inglesa en 1744 en Tolón; y durante la independencia de las 13 Colonias de Gran Bretaña hubo apoyo francés y español a los rebeldes, entre otras acciones favorables para los hispánicos. 
22 derrotas por mar, y unas cuantas más
En la introducción de su libro «22 derrotas navales británicas» (Navalmil), Víctor San Juan explica que el origen del mito de la imbatibilidad inglesa, sobre todo naval, está en la atronadora sucesión de victorias de la época napoleónica. «La inexacta creencia de la imbatibilidad británica, consolidada con el inagotable aporte literario anglosajón, y llevado incluso más allá por el burdo y crédulo montaje propagandístico del cine, sigue imperando en las mentes a nivel popular, menospreciando a los que fueron adversarios de los marinos ingleses a lo largo de los siglos, españoles, franceses, holandeses, estadounidense, alemanes, japoneses y argentinos, considerados así y todos y por extensión perdedores absolutos», expone en la introducción de dicho libro.
Las derrotas citadas por Víctor San Juan incluyen las incursiones castellanas en la Guerra de los 100 años; el combate de Veracruz en el que John Hawkins fue derrotado en 1568; las derrotas frente a los holandeses durante el siglo XVII; el desastre en Santo Domingo en 1655; la derrota de Nelson en Tenerife; la derrota de Henry Harvey en San Juan de Puerto Rico, en 1797; la tragedia de Coronel en 1914 en Chile; y varios tropiezos de renombre durante la Segunda Guerra Mundial. La lista –advierte el autor– solo contempla unas cuantas del total y no entra a analizar las derrotas terrestres.

jueves, 18 de agosto de 2016

LOS ARABES EN ESPAÑA. CONSIDERACIONES A TENER EN CUENTA



¿Es excepcional en la historia que una minoría de conquistadores derrote a un ejército más numeroso y se imponga sobre unos conquistados en una proporción de uno por cada cincuenta, cien o doscientos? En absoluto. Lo hicieron los griegos en Asia Menor, los romanos en la Galia, los mongoles en Europa y Asia, los españoles en México y Perú, los británicos en India… y los árabes en España.
Para comprender la excepción y la expansión de los árabes hay que partir de dos elementos. El primero es que, como cuenta Payne (España, una historia única):
La civilización islámica no fue la primera en someter la conquista por las armas a un imperativo religioso. Sin embargo, lo novedoso es que el islam es la única religión importante del mundo que exige categóricamente la continuación constante de la acción militar contra los infieles, y sus seguidores han destacado por llevar a cabo durante mucho tiempo y, durante siglos, con bastante éxito, conquistas militares.
El segundo, es que los árabes mantienen y trasladan su organización tribal, patrilineal y poligámica: se apoderan las mujeres ajenas (con las dotes que aportan sus familias) a su clan y no ceden a las propias, con lo que crecen a costa del debilitamiento de otros. Así, los recién llegados absorbieron a las familias de la aristocracia goda.



De Spania a al-Andalus
Cuando Tariq desembarcó en España, ¿venían los invasores sólo con planes de rapiña y botín y los cambiaron al derrumbarse la monarquía goda, o desde un principio con finalidad conquistadora y engañaron a los witizanos? No se sabe a ciencia cierta. El desorden de la conquista, los enfrentamientos entre bereberes y árabes y las revueltas de los españoles convivían con los pasos firmes de los nuevos amos para establecer un nuevo orden.
Uno de los primeros actos de los invasores fue acuñar una moneda de oro, de más valor que las visigodas, con inscripciones latinas para informar a los nativos del principio básico del islam: "En el nombre de Dios, no hay más Dios que el Dios único, no hay otros Dios". También se cambió el nombre de Spania por el de al-Andalus y se trasladó la capitalidad de Toledo –ciudad donde se produjeron durante siglos numerosas sublevaciones tanto de cristianos como de musulmanes, conversos o no, contra los emires- a Sevilla y luego a Córdoba.
A medida que ganaban victorias, Tariq y Musa aplicaron métodos despiadados: si los partidarios de Rodrigo se rendían, les ofrecían capitulaciones similares a las concedidas a los witizanos, pero si algunos de éstos se resistían por la fuerza a los planes de los invasores, los aniquilaban. O sumisión o esclavitud y muerte.
Incluso así en Damasco se veía la nueva provincia como lejana, turbulenta, amenazada y poco rentable, pues los conquistadores se habían apoderado de las tierras y de las riquezas, por lo que el califa Abd-al-Aziz se planteó hacia 720 abandonarla. En los años posteriores, se asentó la administración, aunque más tarde ocurrieron nuevas conmociones.



Guerreros, policías y cobradores de impuestos
Algunos historiadores llegan a sostener que la mayoría de España fue conquistada de modo pacífico, por medio de capitulaciones, pero omiten que éstas no habrían sido posibles si Musa y Tariq no hubieran tenido sus alfanjes chorreando sangre. Por otro lado, entre los hispanos existía el sentimiento de la inminencia del fin del mundo, como aparece en la Crónica Mozárabe, y que les inducía a aceptar este "cataclismo político y social" (Serafín Fanjul, en Al-Andalus contra España).
Arrumbado el reino godo y en desbandada la aristocracia, el califa se puso a organizar el nuevo territorio ganado para dar-el-islam. En el reparto de tierras, los bereberes fueron los más perjudicados y además se les puso bajo el gobierno de árabes; éstos se asignaron las ciudades de Andalucía, las tierras más fértiles y las posiciones más cómodas.
El profesor Rafael Sánchez Saus (Al-Andalus y la cruz) califica así a la nueva población venida de África y Asía:
Guerreros siempre dispuestos para las incesantes guerras externas e internas, policías para mantener el dominio sobre la población sometida y agentes del fisco establecido para, sobre todo, asegurar su propio mantenimiento a costa de la población. Éstas fueron, durante mucho tiempo, las casi exclusivas ocupaciones de los nuevos dueños de España. 
Pero, ¿cuántos vinieron? Pierre Guichard calcula que a lo largo del siglo VIII llegaron 200.000 guerreros, de los que 50.000 fueron árabes y el resto bereberes; más sus familias. La población de España en 711 oscilaba entre cinco y seis millones. En Pamplona se halla la necrópolis musulmana más antigua de España, fechada entre 714 y 770, donde se han aflorado restos humanos de casi 200 individuos, seguramente bereberes, con mujeres, ancianos y niños.
A diferencia de los godos, no se mezclaron con la población nativa española, ni ellos ni los sucesivos invasores africanos (almorávides, almohades y benimerines), tal como demuestran los estudios de los marcadores genéticos, que revelan una separación tajante entre las dos orillas del Mediterráneo.

Estado de guerra civil permanente
Por otro lado, existía enemistad, que llegaba al odio, entre los bereberes (poco o nada islamizados y mucho menos arabizados), que habían realizado la mayor parte de la invasión, y los árabes. Según los cronistas árabes, cuando Musa y Tariq se encontraron en 713 cerca de Talavera de la Reina, el primero, loco de celos, abroncó al segundo.
Ante las ofensas y la discriminación que sufrían, los bereberes se levantaron en 741 en una fitna (guerra civil): mataron a los árabes que encontraron en sus comarcas y trataron de ocupar Toledo, Algeciras y Córdoba, recordando los episodios de la conquista. Los Omeya enviaron un gran ejército de sirios y palestinos que cayó derrotado en Fez por los bereberes ese mismo año. Los restos (unos 10.000) pasaron a al-Andalus y se unieron a los árabes. Todos juntos vencieron a los sublevados, sobre todo en la batalla de Guadalete, cerca de Toledo.
Los sirios recién llegados se negaron a dejar al-Andalus, pero los árabes ya asentados no querían compartir sus privilegios. Los sirios mataron al gobernador, Ibn Qatan, al que crucificaron entre un cerdo y un perro. Nueva guerra que concluyó cuando el gobernador de Ifriqiya (ciudad sede del poder árabe en el Magreb) consiguió un arreglo entre ambos bandos, con la ayuda de Artobás, el hijo menor de Witiza, al que los invasores habían reconocido la propiedad de unos mil fundos y le habían nombrado conde de los cristianos de Córdoba y su comarca. Poco antes, este godo había sufrido el despojo de cien de sus fincas por parte de los sirios y de nada le valieron su prestigio ni su posición. Hacia mediados del siglo VIII el contenido de las capitulaciones con los godos y las ciudades había sido anulado por el poder árabe.
¡Si así vivían los conquistadores y sus aliados locales, cómo lo harían los cristianos pobres, a cuya costa se premiaba a los recién llegados o a los rebeldes! Pero las fuentes árabes –otra muestra de desprecio que hoy calificaríamos de racismo- no les mencionan; como tampoco a los bereberes y judíos. Ya entonces algunos grupos cristianos también se rebelaron por los abusos y los expolios, y que comenzó la emigración al norte, una de las razones de la consolidación de los reinos cristianos (en 755 la guarnición bereber fue expulsada de Pamplona y se formó otro núcleo de resistencia).



Sólo con el califato instaurado por Abderramán III en 929, después de derrotar a los cristianos acaudillados por el cristiano Omar/Samuel ibn Hafsún en Bobastro, Córdoba pudo controlar su territorio y población, pero únicamente hasta unos años después de la muerte de Almanzor (1002).

 



¿Cultura superior?
¿Y eran estos invasores superiores a los españoles? Parte del mito sobre al-Andalus asegura que los árabes trajeron a España esplendores culturales y económicos, cuando no habían superado el estado tribal y su cultura estaba en deuda con los países conquistados (Fanjul).
Por ejemplo es un tópico decir que los árabes introdujeron técnicas de cultivo y regadío, cuando provenían del desierto; esas técnicas ya existían en España. El arco de herradura lo emplearon los godos (quizás lo tomaron de los romanos, pero no se sabe) y los árabes lo copiaron, aunque los admiradores de éstos se lo han atribuido. Respecto a la arquitectura, sólo se tiene noticia de la construcción de tres mezquitas en al-Andalus, hasta que en 786 Abderramán I ordenó la confiscación (enmascarada de compra, como la cesión voluntaria por Artobás de cien de sus fincas) de parte de la basílica de San Vicente de Córdoba para levantar una mezquita aljama, para lo que empleó materiales romanos y godos robados. Sólo empieza a notarse una nueva fase cultural, claramente oriental, ya bien entrado el siglo IX.
Esta organización tribal tiene otro tipo de consecuencias, y es la inestabilidad política. Las sociedades tribales que no evolucionan hacia modelos de relaciones públicas no basadas en la lealtad a un patriarca, dueño de la vida de sus descendientes, suelen colapsar, que es lo que ocurrió en al-Andalus.

sábado, 9 de julio de 2016

Hubo más europeos esclavizados por los musulmanes que esclavos negros enviados a América




"¿Hay moros en la costa?", decimos todavía hoy para significar la presencia de alguien no particularmente grato. ¿Saben por qué? 

¡Quién lo había de decir! La trata de esclavos, esa infamia que, según musulmanes, africanos y europeos etnomasoquistas, constituye la mayor lacra de Europa, ahora resulta que fue ampliamente superada, al menos en los siglos XVI y XVII, por la cometida contra los nuestros por parte del islam. Es cierto, es cierto: el “tú más” no justifica nada. La trata de esclavos negros fue una indignidad tan aborrecible como injustificable. Pero hay una pequeña diferencia: nosotros la reconocemos y deploramos (hoy en día hasta exagerando los zurriagazos). Ellos, en cambio —el mundo musulmán—, no reconoce ni deplora nada. Hay otra diferencia además: cuando nos querían arrebatar a los nuestros, los europeos combatimos todo lo que pudimos al enemigo (y así se produjo la victoria de Lepanto, y así tuvo lugar la expulsión de los moriscos, que colaboraban en las razias). Y cuando capturaban a los blancos, los padres terciarios y mercedarios intentaban rescatarlos. Nada de todo ello existió nunca en África.


Pero pasemos a ver lo que nos cuenta el profesor norteamericano Robert C. Davis.


Los historiadores estadounidenses han estudiado todos los aspectos de la esclavización de los africanos por parte de los blancos, pero han ignorado en gran medida la esclavitud de los blancos por parte de los africanos del Norte. Christian Slaves, Muslim Masters [Esclavos cristianos, amos musulmanes][1] es un libro cuidadosamente documentado y escrito con claridad sobre lo que el profesor Davis denomina "la otra esclavitud", que floreció durante aproximadamente la misma época que el tráfico transatlántico de esclavos y que devastó a cientos de comunidades costeras europeas. En la mente de los blancos de hoy, la esclavitud no juega en absoluto el papel central que tiene entre los negros. Y, sin embargo, no se trató ni de un problema de corta duración ni de algo carente de importancia. La historia de la esclavitud en el Mediterráneo es, de hecho, tan siniestra como las descripciones más tendenciosas de la esclavitud americana.

Un comercio al por mayor

La costa de Berbería, que se extiende desde Marruecos hasta la actual Libia, fue el hogar de una próspera industria del secuestro de seres humanos desde 1500 hasta aproximadamente 1800. Las principales capitales esclavistas eran Salé (en Marruecos), Túnez, Argel y Trípoli, habiendo sido las armadas europeas demasiado débiles durante la mayor parte de este período para efectuar algo más que una resistencia meramente simbólica.


El tráfico trasatlántico de negros era estrictamente comercial, pero para los árabes los recuerdos de las Cruzadas y la rabia por haber sido expulsados de España en 1492 parecen haber motivado una campaña de secuestro de cristianos que casi parecía una yihad.


"Fue quizás este aguijón de la venganza, frente a los amables regateos en la plaza del mercado, lo que hizo que los traficantes islámicos de esclavos fueran mucho más agresivos y en un principio  mucho más prósperos (por así decirlo) que sus homólogos cristianos", escribe el profesor Davis.



Durante los siglos XVI y XVII fueron más numerosos los esclavos conducidos al sur a través del Mediterráneo que al oeste a través del Atlántico. Algunos fueron devueltos a sus familias contra pago de un rescate, otros fueron utilizados para realizar trabajos forzados en África del Norte, y los menos afortunados murieron trabajando como esclavos en las galeras.


Lo que más llama la atención de las razias esclavistas contra las poblaciones europeas es su escala y alcance. Los piratas secuestraron a la mayoría de sus esclavos interceptando barcos, pero también organizaron grandes asaltos anfibios que prácticamente dejaron despobladas partes enteras de la costa italiana. Italia fue el país que más sufrió, en parte debido a que Sicilia está a sólo 200 km de Túnez, pero también porque no tenía un gobierno central fuerte que pudiese resistir a la invasión.



Las grandes razias a menudo no encontraron resistencia


Cuando los piratas saquearon, por ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554, se hicieron con el alucinante número de 6.000 presos. Los argelinos secuestraron 7.000 esclavos en la bahía de Nápoles en 1544, una incursión que hizo caer tanto el precio de los esclavos que se decía poder "intercambiar a un cristiano por una cebolla".


España también sufrió ataques a gran escala. Después de una razia en Granada en 1556 que se llevó a 4.000 hombres, mujeres y niños, se decía que "llovían cristianos en Argel". Y por cada gran razia de este tipo, había docenas más pequeñas.


La aparición de una gran flota podía hacer huir a toda la población al interior, vaciando las zonas costeras.


En 1566, un grupo de 6.000 turcos y corsarios cruzó el Adriático para desembarcar en Francavilla al Mare. Las autoridades no podían hacer nada, y recomendaron la evacuación completa, dejando a los turcos el control de más de 1.300 kilómetros cuadrados de pueblos abandonados hasta Serracapriola.

Cuando aparecían los piratas, la gente a menudo huía de la costa hacia la ciudad más cercana, pero el profesor Davis explica que hacer tal cosa no siempre fue una buena estrategia: "Más de una ciudad de tamaño medio, llena de refugiados, fue incapaz de resistir un ataque frontal de cientos de asaltantes. El capitán de los piratas, que de lo contrario tendría que buscar unas pocas docenas de esclavos a lo largo de las playas y en las colinas, ahora podía encontrar mil o más cautivos convenientemente reunidos en un mismo lugar a los que tomar."

Los piratas volvían una y otra vez para saquear el mismo territorio. Además de un número mucho mayor de pequeñas incursiones, la costa de Calabria sufrió las siguientes depredaciones graves en menos de diez años: 700 personas capturadas en una sola razia en 1636, 1.000 en 1639 y 4.000 en 1644.


Durante los siglos XVI y XVII, los piratas establecieron bases semipermanentes en las islas de Isquia y Procida, cerca de la desembocadura de la Bahía de Nápoles, elegida por su tráfico comercial.

Al desembarcar, los piratas musulmanes no dejaban de profanar las iglesias. A menudo robaban las campanas, no sólo porque el metal fuese valioso, sino también para silenciar la voz distintiva del cristianismo.


En las pequeñas y más frecuentes incursiones, un pequeño número de barcos operaba furtivamente y se dejaba caer con sigilo sobre los asentamientos costeros en mitad de la noche, con el fin de atrapar a las gentes "mansas y todavía desnudas en la cama". Esta práctica dio origen al dicho siciliano "pigliato dai turchi" ("tomado por los turcos"), y se emplea cuando se coge a alguien por sorpresa o por estar dormido o distraído.


Las mujeres eran más fáciles de atrapar que los hombres, y las zonas costeras podían perder rápidamente todas las mujeres en edad de tener hijos. Los pescadores tenían miedo de salir, y no se hacían a la mar más que en convoyes. Finalmente, los italianos abandonaron gran parte de sus costas. Como explica el profesor Davis, a finales del siglo XVII, "la península italiana fue saqueada por corsarios berberiscos durante dos siglos o más, y las poblaciones costeras se retiraron en gran medida a pueblos fortificados en las colinas, o a ciudades más grandes como Rimini, abandonando kilómetros de costa, ahora pobladas de vagabundos y filibusteros".


No fue hasta alrededor de 1700 cuando los italianos estuvieron en condiciones de prevenir las razias, aunque la piratería en los mares pudo continuar sin obstáculos.

La piratería llevó a España y sobre todo a Italia a alejarse del mar y a perder con efectos devastadores sus tradiciones de comercio y navegación: "Por lo menos para España e Italia, el siglo XVII representó un período oscuro en el que las sociedades española e italiana fueron meras sombras de lo que habían sido durante las anteriores épocas doradas".


Algunos piratas árabes eran avezados navegantes de alta mar, y aterrorizaban a los cristianos hasta una distancia de 1.600 kilometros. Una espectacular razia en Islandia en 1627 dejó cerca de 400 prisioneros.


Existe la creencia de que Inglaterra era una potencia naval formidable desde la época de Francis Drake, pero a lo largo del siglo XVII los piratas árabes operaron libremente en aguas británicas, penetrando incluso en el estuario del Támesis para capturar y asolar las ciudades costeras. En sólo tres años, desde 1606 hasta 1609, la armada británica reconoció haber perdido, por culpa de los corsarios argelinos, no menos de 466 buques mercantes británicos y escoceses. A mediados de la década de 1600, los británicos se dedicaron a un activo tráfico de negros entre ambos lados del Atlántico, pero muchas de las tripulaciones británicas pasaron a ser propiedad de los piratas árabes.


La vida bajo el látigo


Los ataques terrestres podían ser muy exitosos, pero eran más arriesgados que los marítimos. Los navíos eran por lo tanto la principal fuente de esclavos blancos. A diferencia de sus víctimas, los buques piratas tenían dos modos de propulsión: además de las velas, los galeotes. Llevaban muchas banderas diferentes, por lo que cuando navegaban podían enarbolar el pabellón que tuviera más posibilidades de engañar a sus presas.

Un buen barco mercante de gran tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen estado de salud, preparados para durar algunos años en galeras. Los pasajeros en cambio para servían obtener un rescate. Los nobles y ricos comerciantes se convirtieron en piezas atractivas, así como los judios, que a menudo podían significar un suculento rescate pagado por sus correligionarios. Los dignatarios del clero también eran valiosos porque el Vaticano solía pagar cualquier precio para arrancarlos de las manos de los infieles.

Cuando llegaban los piratas, a menudo los pasajeros se quitaban sus buenos ropajes y trataban de vestirse tan mal como fuese posible, con la esperanza de que sus captores les restituyeran a sus familias a cambio de un modesto rescate. Este esfuerzo resultaba inútil si los piratas torturaban al capitán para sonsacarle información sobre los pasajeros. También era común hacer que los hombres se desnudaran, para buscar objetos de valor cosidos en la ropa, y ver si los circuncidados judíos no estaban disfrazados de cristianos.

Si los piratas iban cortos de esclavos en galeras, podían poner algunos de sus cautivos a trabajar de inmediato, pero a los presos los colocaban generalmente en la bodega para el viaje de regreso. Iban  apiñados, apenas podían moverse entre la suciedad, el mal olor y los parásitos, y muchos morían antes de llegar a puerto.


A su llegada al norte de África, era tradición que los cristianos recientemente capturados desfilaran por las calles para que la gente pudiera hacer burla de ellos y los niños cubrirlos de basura.

En el mercado de esclavos, los hombres estaban obligados a brincar para demostrar que no eran cojos, y los compradores a menudo querían desnudarlos para ver si estaban sanos, lo cual también permitía evaluar el valor sexual de hombres y mujeres; las concubinas blancas tenían un gran valor, y todas las capitales esclavistas poseían una floreciente red homosexual. Los compradores que esperaban hacer dinero rápido con un gran rescate examinaban los lóbulos de las orejas para encontrar marcas de perforación, lo cual era indicio de riqueza. También era habitual examinar los dientes de un cautivo para ver si podía sobrevivir a un régimen esclavista duro.


El pachá o soberano de la región recibía un cierto porcentaje de los esclavos como forma de impuesto sobre la renta. Estos eran casi siempre hombres, y se convertían en propiedad del gobierno en lugar de ser propiedad privada. A diferencia de los esclavos privados, que por lo general embarcaban con sus amos, aquéllos vivían en bagnos, que es como se llamaba a los almacenes de esclavos del pachá. Era común afeitar la cabeza y la barba de los esclavos públicos como humillación adicional, en un momento en que la cabeza y el vello facial eran una parte importante de la identidad masculina.

La mayoría de estos esclavos públicos pasaban el resto de sus vidas como esclavos en galeras. Resulta difícil imaginar una existencia más miserable. Los hombres eran encadenados tres, cuatro o cinco a cada remo, y sus tobillos quedaban encadenados también juntos. Los remeros nunca dejaban su bancada, y cuando se les permitía dormir, lo hacían en ella. Los esclavos podían empujarse para llegar a hacer sus necesidades en un agujero en el casco, pero a menudo estaban demasiado cansados ​​o desanimados para moverse y descargaban ahí donde estaban sentados. No tenían ninguna protección contra el ardiente sol mediterráneo, y sus amos les despellejaban las espaldas con el instrumento favorito del negrero: el látigo. No había casi ninguna posibilidad de escape o rescate, el trabajo de un galeote era el de matarse a trabajar —sobre todo en las razias para capturar más miserables como él—, siendo arrojados por la borda a la primera señal de enfermedad grave.

Cuando la flota pirata estaba en puerto, los galeotes vivían en el bagno y hacían todo el trabajo sucio, peligroso o agotador que el Pachá les ordenara hacer. Solían cortar y arrastrar piedras, dragar el puerto o encargarse de las labores más penosas. Los esclavos que se encontraban en la flota del sultán ruco ni siquiera tenían esa opción. A menudo estaban en el mar durante meses seguidos y permanecían encadenados a los remos incluso en el puerto. Sus barcos eran prisiones de por vida.

Otros esclavos en la costa bereber tenían un trabajo más variado. A menudo hacían el trabajo agrícola que asociamos a la esclavitud en Estados Unidos, pero los que tenían habilidades eran alquilados por sus dueños. Algunos de éstos simplemente aflojaban a sus esclavos durante la jornada con orden de regresar con una cierta cantidad de dinero por la noche, bajo la amenaza de ser golpeados brutalmente en caso de no hacerlo. Los dueños esperaban normalmente una ganancia de un 20% sobre el precio de compra. Hicieran lo que hiciesen, en Túnez y Trípoli los esclavos llevaban un anillo de hierro alrededor de un tobillo y arrastraban una pesada cadena de entre 11 y 14 kg.

Algunos dueños ponían a sus esclavos blancos a trabajar las tierras muy lejos, donde todavía se enfrentan a otra amenaza: una nueva captura y una nueva esclavitud más en el interior. Estos desgraciados probablemente no verían ya más a otro europeo en el resto de su corta vida.

El profesor Davis señala que no existía ningún obstáculo a la crueldad: "No había fuerza que pudiese proteger al esclavo de la violencia de su amo, no existían leyes locales en contra de la crueldad, ni una opinión pública benevolente, y raramente existía una presión efectiva por parte de los Estados extranjeros". 

Los esclavos blancos no sólo eran mercancías, sino también infieles, y merecían todo el sufrimiento infligido por sus dueños.


El profesor Davis señala que "todos los esclavos que, habiendo vivido en bagnos, sobrevivieron para contar sus experiencias destacaban la crueldad y la violencia endémica ahí practicada". El castigo favorito era el azotamiento. Un esclavo podía recibir hasta 150 o 200 golpes, lo cual podía dejarlo lisiado. La violencia sistemática convirtió a muchos hombres en autómatas.
 
Los esclavos cristianos eran a menudo tan abundantes y tan baratos que no había ningún incentivo para cuidarlos. Muchos dueños les hacían trabajar hasta morir y compraban otros para remplazarlos.


Los esclavos públicos también contribuían  a un fondo para mantener a los sacerdotes en el bagno. Era una época muy religiosa, e incluso en las condiciones más terribles los hombres querían tener la oportunidad de confesarse, y, lo más importante, de recibir la extremaunción. Había casi siempre un sacerdote cautivo o dos en los bagnos, pero para estar disponible para sus deberes religiosos, otros esclavos debían contribuir y comprarle su tiempo al Pachá, por lo que a algunos esclavos en las galeras no les quedaba nada para comprar comida o ropa. Sin embargo, durante ciertos períodos, los europeos que vivían libres en las ciudades bereberes contribuían a los gastos de mantenimiento de los sacerdotes de los bagnos.


Para algunos, la esclavitud se convirtió en algo más que soportable. Ciertos oficios, en particular, el de constructor naval, eran tan codiciados que el dueño de un esclavo podía recompensarlo con una villa privada y amantes. Incluso algunos residentes del bagno lograron sacar partido de la hipocresía de la sociedad islámica y mejorar de tal modo su condición. La ley prohibía estrictamente a los musulmanes el comercio de alcohol, pero era más indulgente con los musulmanes que sólo lo consumían. Los esclavos emprendedores establecieron tabernas en los bagnos, y algunos llegaban a tener una buena vida al servicio de los musulmanes bebedores.


Una forma de aligerar la carga de la esclavitud era "tomar el turbante" y convertirse al islam. Esto eximia del servicio en galeras, de los trabajos más penosos y de alguna que otra faena impropia de un hijo del profeta, pero no de ser esclavo. Uno de los trabajos de los sacerdotes de los bagnos era evitar que los hombres desesperados se convirtieran, pero la mayoría de esclavos no parecían necesitar el tal consejo. Los cristianos creían que la conversión podría poner en peligro sus almas, además de requerirse también el desagradable ritual de la circuncisión de los adultos. Muchos esclavos parecían sufrir los horrores de la esclavitud tratándolos como un castigo por sus pecados y como una prueba a su fe. Los dueños les disuadían de la conversión, ya que éstas limitaban el uso de los malos tratos y bajaban el valor de reventa de un esclavo.


Para los esclavos, resultaba imposible escapar. Estaban muy lejos de casa, a menudo eran encadenados, y podían ser identificados de inmediato por sus rasgos europeos. La única esperanza era el rescate. A veces la suerte no tardaba en llegar. Si un grupo de piratas había capturado tantos hombres como para no tener ya espacio bajo el puente, podía hacer una incursión en una ciudad y luego regresar a los pocos días para vender los cautivos a sus familias. Por lo general, ello se hacía a un precio mucho menor que el de alguien que se rescataba desde África del Norte, pero con todo era mucho más de lo que los agricultores se podían permitir. Los agricultores generalmente no tenían liquidez, ni bienes al margen de la casa y la tierra. Un comerciante estaba por lo general preparado para comprarlos a un precio bajo, pero significaba que el cautivo regresaba a una familia completamente arruinada.


La mayoría de los esclavos dependían de La labor caritativa de los trinitarios (orden fundada en Italia en 1193) y de los mercedarios (fundada en España en 1203). Estas órdenes religiosas se establecieron para liberar a los cruzados en poder de los musulmanes, pero pronto cambiaron su trabajo por el de la liberación de los esclavos en poder de los piratas berberiscos, recaudando dinero específicamente para esta labor. A menudo ponían cajas de seguridad fuera de las iglesias con la inscripción "por la recuperación de los pobres esclavos", y el clero llamaba a los cristianos ricos a dejar dinero. Las dos órdenes se convirtieron en hábiles negociadoras, y por lo general lograron comprar esclavos a mejores precios que los obtenidos por libertadores sin experiencia. Sin embargo, nunca hubo suficiente dinero para liberar a muchos cautivos, y el profesor Davis estima que no más de un 3 o un 4% de los esclavos fueron rescatados en un solo año. Esto significa que la mayoría dejaron sus huesos en las tumbas anónimas de cristianos, fuera de las murallas de la ciudad.

Las órdenes religiosas llevaban cuentas exactas de los resultados obtenidos. En el siglo XVII, los trinitarios españoles, por ejemplo, llevaron a cabo 72 expediciones para el rescate de esclavos, con una media de 220 liberaciones por ​​cada una de dichas expediciones. Era costumbre llevarse con ellos los esclavos liberados y hacerlos caminar por las calles de la ciudad en las grandes celebraciones. Estas procesiones, que tenían una profunda connotación religiosa, se convirtieron en uno de los espectáculos urbanos más característicos de la época. A veces los esclavos marchaban en sus antiguos hábitos de esclavos para enfatizar los tormentos que sufrieron; otras veces llevaban trajes blancos especiales para simbolizar su renacimiento. Según los registros de la época, muchos esclavos liberados no se reinsertaron por completo después de sus vivencias, especialmente si habían pasado muchos años en cautiverio.

¿Cuántos esclavos?

El profesor Davis señala que las numerosas investigaciones efectuadas han logrado que se determine con la mayor precisión posible el número de negros traídos a través del Atlántico, pero no existe ningún esfuerzo similar para determinar la extensión de la esclavitud en el Mediterráneo. No es fácil conseguir cifras fiables. Los árabes no suelen conservar los archivos. Pero a lo largo de sus diez años de investigación, el profesor Davis ha logrado desarrollar un método de estimación.

Por ejemplo, el registro indica que desde 1580 hasta 1680 hubo un promedio de unos 35.000 esclavos en países berberiscos. Contando con la pérdida constante a través de la muerte y del rescate, si la población se mantuvo constante, entonces la tasa de captura de nuevos esclavos por los piratas era igual a la tasa de desgaste. Hay una buena base para la estimación de las tasas de mortalidad. Por ejemplo, sabemos que de los cerca de 400 islandeses capturados en 1627, sólo hubo 70 supervivientes ocho años después. Además de la desnutrición, el hacinamiento, el exceso de trabajo, y los castigos brutales, los esclavos sufrieron epidemias de peste, que por lo general eliminaban entre el 20 y el 30% de los esclavos blancos.


A través de diversas fuentes, el profesor Davis estima que la tasa de mortalidad fue de aproximadamente un 20% al año. Los esclavos no tenían acceso a las mujeres, por lo que la sustitución se realizaba exclusivamente a través de las capturas.


Su conclusión: entre 1530 y 1780 hubo, con casi total seguridad, un millón y tal vez hasta millón y cuarto de cristianos blancos europeos esclavizados por los musulmanes de la costa bereber. Esto supera con creces la cifra generalmente aceptada de 800.000 africanos transportados a las colonias de América del Norte y más tarde a los Estados Unidos.


El profesor Davis explica que, a finales de 1700, se controló mejor este comercio, pero hubo un renacimiento de la trata de esclavos blancos durante el caos de las guerras napoleónicas.


La flota norteamericana no quedó libre de la depredación. Fue sólo en 1815, después de dos guerras contra ellos, que los marinos estadounidenses se libraron de los piratas berberiscos. Estas guerras fueron importantes operaciones para la joven república; una campaña que se recuerda en las estrofas de "a las orillas de Trípoli", en el himno de la marina. Cuando los franceses tomaron Argel en 1830, todavía había 120 esclavos blancos en el bagno.

¿Por qué hay tan poco interés por la esclavitud del Mediterráneo, mientras que la erudición y la reflexión sobre la esclavitud negra nunca termina? Como explica el profesor Davis, los esclavos blancos con dueños no blancos simplemente no encajan en "la narrativa maestra del imperialismo europeo." Los patrones de victimización tan queridos por los intelectuales requieren de la maldad del blanco, no del sufrimiento del blanco.

El profesor Davis también señala que la experiencia europea de la esclavitud a gran escala muestra el engaño en que consiste otro tema favorito de la izquierda: que la esclavitud negra fue un paso crucial en la creación de los conceptos europeos de raza y jerarquía racial.


No es así. Desde hace siglos, los propios europeos han vivido con en el miedo del látigo, y un gran número asistieron a procesiones celebradas por el rescate de los esclavos liberados, todos los cuales eran blancos. La esclavitud era un destino más fácilmente imaginable para ellos mismos que para los lejanos africanos.