"¿Hay
moros en la costa?", decimos todavía hoy para significar la presencia de
alguien no particularmente grato. ¿Saben por qué?
¡Quién lo había de decir! La trata de
esclavos, esa infamia que, según musulmanes, africanos y europeos
etnomasoquistas, constituye la mayor lacra de Europa, ahora resulta que fue
ampliamente superada, al menos en los siglos XVI y XVII, por la cometida contra
los nuestros por parte del islam. Es cierto, es cierto: el “tú más” no
justifica nada. La trata de esclavos negros fue una indignidad tan aborrecible
como injustificable. Pero hay una pequeña diferencia: nosotros la reconocemos y
deploramos (hoy en día hasta exagerando los zurriagazos). Ellos, en cambio —el
mundo musulmán—, no reconoce ni deplora nada. Hay otra diferencia además:
cuando nos querían arrebatar a los nuestros, los europeos combatimos todo lo
que pudimos al enemigo (y así se produjo la victoria de Lepanto, y así tuvo
lugar la expulsión de los moriscos, que colaboraban en las razias). Y cuando
capturaban a los blancos, los padres terciarios y mercedarios intentaban
rescatarlos. Nada de todo ello existió nunca en África.
Pero pasemos a ver lo que nos cuenta
el profesor norteamericano Robert C. Davis.
Los historiadores estadounidenses
han estudiado todos los aspectos de la esclavización de los africanos por parte
de los blancos, pero han ignorado en gran medida la esclavitud de los blancos
por parte de los africanos del Norte. Christian Slaves, Muslim Masters
[Esclavos cristianos, amos musulmanes][1] es un libro
cuidadosamente documentado y escrito con claridad sobre lo que el profesor
Davis denomina "la otra esclavitud", que floreció durante
aproximadamente la misma época que el tráfico transatlántico de esclavos y que
devastó a cientos de comunidades costeras europeas. En la mente de los
blancos de hoy, la esclavitud no juega en absoluto el papel central que tiene
entre los negros. Y, sin embargo, no se trató ni de un problema de corta
duración ni de algo carente de importancia. La historia de la esclavitud
en el Mediterráneo es, de hecho, tan siniestra como las descripciones más tendenciosas
de la esclavitud americana.
Un comercio al por mayor
La costa de Berbería, que se
extiende desde Marruecos hasta la actual Libia, fue el hogar de una próspera
industria del secuestro de seres humanos desde 1500 hasta aproximadamente
1800. Las principales capitales esclavistas eran Salé (en Marruecos),
Túnez, Argel y Trípoli, habiendo sido las armadas europeas demasiado débiles
durante la mayor parte de este período para efectuar algo más que una
resistencia meramente simbólica.
El tráfico trasatlántico de negros
era estrictamente comercial, pero para los árabes los recuerdos de las Cruzadas
y la rabia por haber sido expulsados de España en 1492 parecen haber motivado
una campaña de secuestro de cristianos que casi parecía una yihad.
"Fue quizás este aguijón de la
venganza, frente a los amables regateos en la plaza del mercado, lo que hizo
que los traficantes islámicos de esclavos fueran mucho más agresivos y en un
principio mucho más prósperos (por así decirlo) que sus homólogos
cristianos", escribe el profesor Davis.
Durante los siglos XVI y XVII fueron
más numerosos los esclavos conducidos al sur a través del Mediterráneo que al
oeste a través del Atlántico. Algunos fueron devueltos a sus familias
contra pago de un rescate, otros fueron utilizados para realizar trabajos
forzados en África del Norte, y los menos afortunados murieron trabajando como
esclavos en las galeras.
Lo que más llama la atención de las
razias esclavistas contra las poblaciones europeas es su escala y
alcance. Los piratas secuestraron a la mayoría de sus esclavos
interceptando barcos, pero también organizaron grandes asaltos anfibios que
prácticamente dejaron despobladas partes enteras de la costa
italiana. Italia fue el país que más sufrió, en parte debido a que Sicilia
está a sólo 200 km de Túnez, pero también porque no tenía un gobierno central
fuerte que pudiese resistir a la invasión.
Las grandes razias a menudo no
encontraron resistencia
Cuando los piratas saquearon, por
ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554, se hicieron con el alucinante
número de 6.000 presos. Los argelinos secuestraron 7.000 esclavos en la
bahía de Nápoles en 1544, una incursión que hizo caer tanto el precio de los
esclavos que se decía poder "intercambiar a un cristiano por una
cebolla".
España también sufrió ataques a gran
escala. Después de una razia en Granada en 1556 que se llevó a 4.000
hombres, mujeres y niños, se decía que "llovían cristianos en
Argel". Y por cada gran razia de este tipo, había docenas más
pequeñas.
La aparición de una gran flota podía
hacer huir a toda la población al interior, vaciando las zonas costeras.
En 1566, un grupo de 6.000 turcos y
corsarios cruzó el Adriático para desembarcar en Francavilla al Mare. Las
autoridades no podían hacer nada, y recomendaron la evacuación completa,
dejando a los turcos el control de más de 1.300 kilómetros cuadrados de pueblos
abandonados hasta Serracapriola.
Cuando aparecían los piratas, la
gente a menudo huía de la costa hacia la ciudad más cercana, pero el
profesor Davis explica que hacer tal cosa no siempre fue una buena
estrategia: "Más de una ciudad de tamaño medio, llena de refugiados, fue
incapaz de resistir un ataque frontal de cientos de asaltantes. El capitán de
los piratas, que de lo contrario tendría que buscar unas pocas docenas de esclavos
a lo largo de las playas y en las colinas, ahora podía encontrar mil o más
cautivos convenientemente reunidos en un mismo lugar a los que tomar."
Los piratas volvían una y otra vez
para saquear el mismo territorio. Además de un número mucho mayor de
pequeñas incursiones, la costa de Calabria sufrió las siguientes depredaciones
graves en menos de diez años: 700 personas capturadas en una sola razia en
1636, 1.000 en 1639 y 4.000 en 1644.
Durante los siglos XVI y XVII, los
piratas establecieron bases semipermanentes en las islas de Isquia y Procida,
cerca de la desembocadura de la Bahía de Nápoles, elegida por su tráfico
comercial.
Al desembarcar, los piratas
musulmanes no dejaban de profanar las iglesias. A menudo robaban las
campanas, no sólo porque el metal fuese valioso, sino también para silenciar la
voz distintiva del cristianismo.
En las pequeñas y más frecuentes
incursiones, un pequeño número de barcos operaba furtivamente y se dejaba caer
con sigilo sobre los asentamientos costeros en mitad de la noche, con el fin de
atrapar a las gentes "mansas y todavía desnudas en la
cama". Esta práctica dio origen al dicho siciliano "pigliato dai
turchi" ("tomado por los turcos"), y se emplea cuando se coge a
alguien por sorpresa o por estar dormido o distraído.
Las mujeres eran más fáciles de
atrapar que los hombres, y las zonas costeras podían perder rápidamente todas
las mujeres en edad de tener hijos. Los pescadores tenían miedo de salir,
y no se hacían a la mar más que en convoyes. Finalmente, los italianos
abandonaron gran parte de sus costas. Como explica el profesor Davis,
a finales del siglo XVII, "la península italiana fue saqueada por
corsarios berberiscos durante dos siglos o más, y las poblaciones costeras se
retiraron en gran medida a pueblos fortificados en las colinas, o a ciudades
más grandes como Rimini, abandonando kilómetros de costa, ahora pobladas de
vagabundos y filibusteros".
No fue hasta alrededor de 1700
cuando los italianos estuvieron en condiciones de prevenir las razias, aunque
la piratería en los mares pudo continuar sin obstáculos.
La piratería llevó a España y sobre
todo a Italia a alejarse del mar y a perder con efectos devastadores sus
tradiciones de comercio y navegación: "Por lo menos para España e Italia,
el siglo XVII representó un período oscuro en el que las sociedades española e
italiana fueron meras sombras de lo que habían sido durante las anteriores
épocas doradas".
Algunos piratas árabes eran avezados
navegantes de alta mar, y aterrorizaban a los cristianos hasta una distancia de
1.600 kilometros. Una espectacular razia en Islandia en 1627 dejó cerca de
400 prisioneros.
Existe la creencia de que Inglaterra
era una potencia naval formidable desde la época de Francis Drake, pero a lo
largo del siglo XVII los piratas árabes operaron libremente en aguas
británicas, penetrando incluso en el estuario del Támesis para capturar y
asolar las ciudades costeras. En sólo tres años, desde 1606 hasta 1609, la
armada británica reconoció haber perdido, por culpa de los corsarios argelinos,
no menos de 466 buques mercantes británicos y escoceses. A mediados de la
década de 1600, los británicos se dedicaron a un activo tráfico de negros entre
ambos lados del Atlántico, pero muchas de las tripulaciones británicas pasaron
a ser propiedad de los piratas árabes.
La vida bajo el látigo
Los ataques terrestres podían ser
muy exitosos, pero eran más arriesgados que los marítimos. Los navíos eran por
lo tanto la principal fuente de esclavos blancos. A diferencia de sus
víctimas, los buques piratas tenían dos modos de propulsión: además de las
velas, los galeotes. Llevaban muchas banderas diferentes, por lo que cuando
navegaban podían enarbolar el pabellón que tuviera más posibilidades de engañar
a sus presas.
Un buen barco mercante de gran
tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen estado de salud, preparados para
durar algunos años en galeras. Los pasajeros en cambio para servían obtener un
rescate. Los nobles y ricos comerciantes se convirtieron en piezas
atractivas, así como los judios, que a menudo podían significar un suculento
rescate pagado por sus correligionarios. Los dignatarios del clero también
eran valiosos porque el Vaticano solía pagar cualquier precio para arrancarlos de
las manos de los infieles.
Cuando llegaban los piratas, a
menudo los pasajeros se quitaban sus buenos ropajes y trataban de vestirse tan
mal como fuese posible, con la esperanza de que sus captores les restituyeran a
sus familias a cambio de un modesto rescate. Este esfuerzo resultaba
inútil si los piratas torturaban al capitán para sonsacarle información sobre
los pasajeros. También era común hacer que los hombres se desnudaran, para
buscar objetos de valor cosidos en la ropa, y ver si los circuncidados judíos
no estaban disfrazados de cristianos.
Si los piratas iban cortos de
esclavos en galeras, podían poner algunos de sus cautivos a trabajar de
inmediato, pero a los presos los colocaban generalmente en la bodega para el
viaje de regreso. Iban apiñados, apenas podían moverse entre la
suciedad, el mal olor y los parásitos, y muchos morían antes de llegar a
puerto.
A su llegada al norte de África, era
tradición que los cristianos recientemente capturados desfilaran por las calles
para que la gente pudiera hacer burla de ellos y los niños cubrirlos de basura.
En el mercado de esclavos, los
hombres estaban obligados a brincar para demostrar que no eran cojos, y los
compradores a menudo querían desnudarlos para ver si estaban sanos, lo cual
también permitía evaluar el valor sexual de hombres y mujeres; las concubinas
blancas tenían un gran valor, y todas las capitales esclavistas poseían una
floreciente red homosexual. Los compradores que esperaban hacer dinero
rápido con un gran rescate examinaban los lóbulos de las orejas para encontrar
marcas de perforación, lo cual era indicio de riqueza. También era
habitual examinar los dientes de un cautivo para ver si podía sobrevivir a un
régimen esclavista duro.
El pachá o soberano de la región
recibía un cierto porcentaje de los esclavos como forma de impuesto sobre la
renta. Estos eran casi siempre hombres, y se convertían en propiedad del
gobierno en lugar de ser propiedad privada. A diferencia de los esclavos
privados, que por lo general embarcaban con sus amos, aquéllos vivían en bagnos,
que es como se llamaba a los almacenes de esclavos del pachá. Era común
afeitar la cabeza y la barba de los esclavos públicos como humillación
adicional, en un momento en que la cabeza y el vello facial eran una parte
importante de la identidad masculina.
La mayoría de estos esclavos
públicos pasaban el resto de sus vidas como esclavos en galeras. Resulta
difícil imaginar una existencia más miserable. Los hombres eran
encadenados tres, cuatro o cinco a cada remo, y sus tobillos quedaban
encadenados también juntos. Los remeros nunca dejaban su bancada, y cuando
se les permitía dormir, lo hacían en ella. Los esclavos podían empujarse
para llegar a hacer sus necesidades en un agujero en el casco, pero a menudo
estaban demasiado cansados o desanimados para moverse y descargaban ahí donde
estaban sentados. No tenían ninguna protección contra el ardiente sol
mediterráneo, y sus amos les despellejaban las espaldas con el instrumento
favorito del negrero: el látigo. No había casi ninguna posibilidad de
escape o rescate, el trabajo de un galeote era el de matarse a trabajar —sobre
todo en las razias para capturar más miserables como él—, siendo arrojados por
la borda a la primera señal de enfermedad grave.
Cuando la flota pirata estaba en puerto,
los galeotes vivían en el bagno y hacían todo el trabajo sucio,
peligroso o agotador que el Pachá les ordenara hacer. Solían cortar y
arrastrar piedras, dragar el puerto o encargarse de las labores más
penosas. Los esclavos que se encontraban en la flota del sultán ruco ni
siquiera tenían esa opción. A menudo estaban en el mar durante meses
seguidos y permanecían encadenados a los remos incluso en el puerto. Sus
barcos eran prisiones de por vida.
Otros esclavos en la costa bereber
tenían un trabajo más variado. A menudo hacían el trabajo agrícola que
asociamos a la esclavitud en Estados Unidos, pero los que tenían habilidades
eran alquilados por sus dueños. Algunos de éstos simplemente aflojaban a
sus esclavos durante la jornada con orden de regresar con una cierta cantidad
de dinero por la noche, bajo la amenaza de ser golpeados brutalmente en caso de
no hacerlo. Los dueños esperaban normalmente una ganancia de un 20% sobre
el precio de compra. Hicieran lo que hiciesen, en Túnez y Trípoli los
esclavos llevaban un anillo de hierro alrededor de un tobillo y arrastraban una
pesada cadena de entre 11 y 14 kg.
Algunos dueños ponían a sus esclavos
blancos a trabajar las tierras muy lejos, donde todavía se enfrentan a otra
amenaza: una nueva captura y una nueva esclavitud más en el
interior. Estos desgraciados probablemente no verían ya más a otro europeo
en el resto de su corta vida.
El profesor Davis señala que no
existía ningún obstáculo a la crueldad: "No había fuerza que pudiese
proteger al esclavo de la violencia de su amo, no existían leyes locales en
contra de la crueldad, ni una opinión pública benevolente, y raramente existía
una presión efectiva por parte de los Estados extranjeros".
Los esclavos blancos no sólo eran
mercancías, sino también infieles, y merecían todo el sufrimiento infligido por
sus dueños.
El profesor Davis señala que
"todos los esclavos que, habiendo vivido en bagnos, sobrevivieron
para contar sus experiencias destacaban la crueldad y la violencia endémica ahí
practicada". El castigo favorito era el azotamiento. Un esclavo
podía recibir hasta 150 o 200 golpes, lo cual podía dejarlo lisiado.
La violencia sistemática convirtió a muchos hombres en autómatas.
Los esclavos cristianos eran a
menudo tan abundantes y tan baratos que no había ningún incentivo para
cuidarlos. Muchos dueños les hacían trabajar hasta morir y compraban otros para
remplazarlos.
Los esclavos públicos también
contribuían a un fondo para mantener a los sacerdotes en el bagno. Era
una época muy religiosa, e incluso en las condiciones más terribles los hombres
querían tener la oportunidad de confesarse, y, lo más importante, de recibir la
extremaunción. Había casi siempre un sacerdote cautivo o dos en los bagnos,
pero para estar disponible para sus deberes religiosos, otros esclavos debían
contribuir y comprarle su tiempo al Pachá, por lo que a algunos esclavos en las
galeras no les quedaba nada para comprar comida o ropa. Sin embargo, durante
ciertos períodos, los europeos que vivían libres en las ciudades bereberes contribuían
a los gastos de mantenimiento de los sacerdotes de los bagnos.
Para algunos, la esclavitud se
convirtió en algo más que soportable. Ciertos oficios, en particular, el
de constructor naval, eran tan codiciados que el dueño de un esclavo podía
recompensarlo con una villa privada y amantes. Incluso algunos residentes
del bagno lograron sacar partido de la hipocresía de la sociedad
islámica y mejorar de tal modo su condición. La ley prohibía estrictamente
a los musulmanes el comercio de alcohol, pero era más indulgente con los
musulmanes que sólo lo consumían. Los esclavos emprendedores establecieron
tabernas en los bagnos, y algunos llegaban a tener una buena vida al
servicio de los musulmanes bebedores.
Una forma de aligerar la carga de la
esclavitud era "tomar el turbante" y convertirse al islam. Esto
eximia del servicio en galeras, de los trabajos más penosos y de alguna que
otra faena impropia de un hijo del profeta, pero no de ser esclavo. Uno de
los trabajos de los sacerdotes de los bagnos era evitar que los hombres
desesperados se convirtieran, pero la mayoría de esclavos no parecían necesitar
el tal consejo. Los cristianos creían que la conversión podría poner en
peligro sus almas, además de requerirse también el desagradable ritual de la circuncisión
de los adultos. Muchos esclavos parecían sufrir los horrores de la
esclavitud tratándolos como un castigo por sus pecados y como una prueba a su
fe. Los dueños les disuadían de la conversión, ya que éstas limitaban el
uso de los malos tratos y bajaban el valor de reventa de un esclavo.
Para los esclavos, resultaba
imposible escapar. Estaban muy lejos de casa, a menudo eran encadenados, y
podían ser identificados de inmediato por sus rasgos europeos. La única
esperanza era el rescate. A veces la suerte no tardaba en llegar. Si un
grupo de piratas había capturado tantos hombres como para no tener ya espacio
bajo el puente, podía hacer una incursión en una ciudad y luego regresar a los
pocos días para vender los cautivos a sus familias. Por lo general, ello
se hacía a un precio mucho menor que el de alguien que se rescataba desde
África del Norte, pero con todo era mucho más de lo que los agricultores se
podían permitir. Los agricultores generalmente no tenían liquidez, ni
bienes al margen de la casa y la tierra. Un comerciante estaba por lo
general preparado para comprarlos a un precio bajo, pero significaba que el
cautivo regresaba a una familia completamente arruinada.
La mayoría de los esclavos dependían
de La labor caritativa de los trinitarios (orden fundada en Italia en 1193) y
de los mercedarios (fundada en España en 1203). Estas órdenes religiosas
se establecieron para liberar a los cruzados en poder de los musulmanes, pero
pronto cambiaron su trabajo por el de la liberación de los esclavos en poder de
los piratas berberiscos, recaudando dinero específicamente para esta
labor. A menudo ponían cajas de seguridad fuera de las iglesias con la
inscripción "por la recuperación de los pobres esclavos", y el clero
llamaba a los cristianos ricos a dejar dinero. Las dos órdenes se
convirtieron en hábiles negociadoras, y por lo general lograron comprar
esclavos a mejores precios que los obtenidos por libertadores sin
experiencia. Sin embargo, nunca hubo suficiente dinero para liberar a
muchos cautivos, y el profesor Davis estima que no más de un 3 o un 4% de
los esclavos fueron rescatados en un solo año. Esto significa que la
mayoría dejaron sus huesos en las tumbas anónimas de cristianos, fuera de las
murallas de la ciudad.
Las órdenes religiosas llevaban
cuentas exactas de los resultados obtenidos. En el siglo XVII, los
trinitarios españoles, por ejemplo, llevaron a cabo 72 expediciones para el
rescate de esclavos, con una media de 220 liberaciones por cada una de dichas
expediciones. Era costumbre llevarse con ellos los esclavos liberados y
hacerlos caminar por las calles de la ciudad en las grandes
celebraciones. Estas procesiones, que tenían una profunda connotación
religiosa, se convirtieron en uno de los espectáculos urbanos más característicos
de la época. A veces los esclavos marchaban en sus antiguos hábitos de
esclavos para enfatizar los tormentos que sufrieron; otras veces llevaban
trajes blancos especiales para simbolizar su renacimiento. Según los
registros de la época, muchos esclavos liberados no se reinsertaron por
completo después de sus vivencias, especialmente si habían pasado muchos años
en cautiverio.
¿Cuántos esclavos?
El profesor Davis señala que
las numerosas investigaciones efectuadas han logrado que se determine con la
mayor precisión posible el número de negros traídos a través del Atlántico,
pero no existe ningún esfuerzo similar para determinar la extensión de la
esclavitud en el Mediterráneo. No es fácil conseguir cifras
fiables. Los árabes no suelen conservar los archivos. Pero a lo largo
de sus diez años de investigación, el profesor Davis ha logrado desarrollar un
método de estimación.
Por ejemplo, el registro indica que
desde 1580 hasta 1680 hubo un promedio de unos 35.000 esclavos en países
berberiscos. Contando con la pérdida constante a través de la muerte y del
rescate, si la población se mantuvo constante, entonces la tasa de captura de
nuevos esclavos por los piratas era igual a la tasa de desgaste. Hay una
buena base para la estimación de las tasas de mortalidad. Por ejemplo,
sabemos que de los cerca de 400 islandeses capturados en 1627, sólo hubo 70
supervivientes ocho años después. Además de la desnutrición, el
hacinamiento, el exceso de trabajo, y los castigos brutales, los esclavos
sufrieron epidemias de peste, que por lo general eliminaban entre el 20 y el
30% de los esclavos blancos.
A través de diversas fuentes, el
profesor Davis estima que la tasa de mortalidad fue de aproximadamente un 20%
al año. Los esclavos no tenían acceso a las mujeres, por lo que la
sustitución se realizaba exclusivamente a través de las capturas.
Su conclusión: entre 1530 y 1780
hubo, con casi total seguridad, un millón y tal vez hasta millón y cuarto de
cristianos blancos europeos esclavizados por los musulmanes de la costa bereber.
Esto supera con creces la cifra generalmente aceptada de 800.000 africanos
transportados a las colonias de América del Norte y más tarde a los Estados
Unidos.
El profesor Davis explica que,
a finales de 1700, se controló mejor este comercio, pero hubo un renacimiento
de la trata de esclavos blancos durante el caos de las guerras napoleónicas.
La flota norteamericana no quedó
libre de la depredación. Fue sólo en 1815, después de dos guerras contra
ellos, que los marinos estadounidenses se libraron de los piratas
berberiscos. Estas guerras fueron importantes operaciones para la joven
república; una campaña que se recuerda en las estrofas de "a las orillas
de Trípoli", en el himno de la marina. Cuando los franceses tomaron Argel
en 1830, todavía había 120 esclavos blancos en el bagno.
¿Por qué hay tan poco interés por la
esclavitud del Mediterráneo, mientras que la erudición y la reflexión sobre la
esclavitud negra nunca termina? Como explica el profesor Davis, los
esclavos blancos con dueños no blancos simplemente no encajan en "la
narrativa maestra del imperialismo europeo." Los patrones de
victimización tan queridos por los intelectuales requieren de la maldad del
blanco, no del sufrimiento del blanco.
El profesor Davis también señala que
la experiencia europea de la esclavitud a gran escala muestra el engaño en que
consiste otro tema favorito de la izquierda: que la esclavitud negra fue un
paso crucial en la creación de los conceptos europeos de raza y jerarquía
racial.
No es así. Desde hace siglos, los
propios europeos han vivido con en el miedo del látigo, y un gran número
asistieron a procesiones celebradas por el rescate de los esclavos liberados,
todos los cuales eran blancos. La esclavitud era un destino más fácilmente
imaginable para ellos mismos que para los lejanos africanos.