martes, 16 de noviembre de 2010

Toda crisis consta de siete fases, estamos en la tercera y quedan cuatro

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza mil veces en la misma piedra. Y que a la mil uno vuelve a repetir hazaña similar. This time is different es el título en inglés del libro escrito por dos eminentes economistas, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que analiza las crisis del pasado medio milenio y sus pautas, exponiéndolo con brillantez y sobriedad.

Libro que está causando furor a ambos lados del Atlántico. Para ser devuelto al anaquel de la estantería una vez finalizado con una sonrisa indulgente porque… ¡esta vez es diferente! Con lo que la historia se vuelve a repetir una vez más.

Una crisis en siete etapas…

Una de las conclusiones más relevantes de su amplio análisis empírico es que, de manera recurrente, cualquier crisis típica consta, con pequeñas variaciones, de las siguientes etapas:

1ª Liberalización financiera. 2ª Comienza la crisis bancaria. 3ª Guerra o crisis de divisas. 4ª La inflación se incrementa. 5ª Apogeo de la crisis bancaria (si no hay suspensiones de pagos de deuda). 6ª Suspensión de pagos de la deuda pública interna y/o externa. 7ª La crisis inflacionaria empeora, clímax de la crisis bancaria (si ha habido suspensión de pagos de la deuda).

La primera y la segunda son historia, con la memoria reciente disponible en la hemeroteca de El Confidencial. Suele desencadenar el ciclo un colapso del mercado inmobiliario y bursátil. Que da el pistoletazo de salida a la temida recesión o la maligna depresión.

…estamos en la tercera…

Nos encontramos en la tercera etapa. En plena refriega cambiaria. Las armas se blanden bien altas. Se afilan las pocas neuronas supervivientes de emboscadas anteriores. Cada uno batalla por un cambio de divisa a la carta que le permita que los demás países les saquen las castañas del fuego. Todos ellos desean lo mismo a la vez: fomentar sus exportaciones porque la demanda interior ha gripado. Y eso es imposible.

Con lo que el proteccionismo puede acabar acechando para oscurecer el panorama. Porque si yo no lo puedo hacer los demás tampoco. Y porque todos, con tan sufrida herramienta, pueden pretender reactivar los productos autóctonos, aunque no sean competitivos, y por tanto la demanda propia. Y a algún país que podría y debería dejarse, los delirios de grandeza y una ceguera suicida no se lo permiten.

Algunos cerdos (PIGS) están estos días en el "candelabro" mediático. Los mismos que no tienen ningún conejo en la chistera porque lo prestaron hace tiempo. Que no disponen de divisa que manipular ya que no están a los mandos de la que comparten. Tan solo pueden darse por jorobados o salir corriendo del club, implorar al que manda, o dedicarse a expiar penas y culpas. A barrer la casa con profundidad y rigor, lo más rápidamente posible, caiga quien caiga y con valor. Porque el apuntalamiento continuo de los amigos inviables y el mantenimiento de tanto fasto y fiesta patronal, autonómica y local, se pagará más caro cada día que pase.

Mientras tanto, todos los magos y tahúres ofrecen sus pócimas milagrosas para sacarnos del atolladero. Desgraciadamente, los ingredientes han sido a lo largo de la historia siempre los mismos. Cada fórmula mágica ha variado tan solo en las proporciones. Los trucos malabares no han cambiado. Desde sugerir una vuelta al patrón oro, hasta obligar a echar humo a la máquina de imprimir billetes. En el pasado se reacuñaba la moneda. En el presente el relajamiento cuantitativo, el llamado quantitative easing en inglés, hace furor. Somos más sofisticados con las denominaciones, para parecer que parezca. Solo eso.

Hemos cambiado la ecológica azada por el productivo y contaminante tractor. Pero la cosecha resultante es siempre la misma. Con lo que acabamos equivocándonos ahora igual que siempre para obtener los mismos y fatales resultados. Corregidos y aumentados gracias a un soporte teórico económico de cariz religioso y flotante, sin apenas cimientos que lo sustenten, que ceba sin misericordia una tecnología utilizada para destruir, en vez de preservar, aquello que más deberíamos amar: el planeta y sus gentes. Adoramos al becerro de oro y tan solo nos importa el presente. La sensatez, la honestidad, la ética y la filosofía han muerto. ¡No tenemos derecho a quejarnos de nuestra suerte!

…y nos faltan cuatro

En la cuarta etapa la inflación asoma el hocico. Todavía no hemos llegado a ella. En el ínterin, la deflación flirtea con muchas naciones apolilladas como la nuestra. A la FED le importa un rábano si reaparecen o no las viejas maldiciones e inunda el mercado de dinero. A este lado del charco, el previsor Banco Central Europeo tiembla y se santigua con solo escuchar tan temido anatema cual balada infantil: ¡que viene la inflación! Son traumas de juventud del miembro más poderoso del club, que quiere exorcizarla antes de que arribe, por si acaso. Siendo acusado de traidor por el vecino de enfrente por hacer justo lo contrario a lo que mandan los cánones de algunos.

Las últimas tres fases se resumen en que, antes o después, la juerga monetaria y financiera finaliza con un dramático game over. Se vuelven norma los impagos y las reestructuraciones de la deuda pública contraída por las naciones más casquivanas y juerguistas. Afectando a lo poco que quedaba sano en el sistema financiero ahora global. Y es que, lección suprema de toda crisis, los platos rotos los acaba pagando siempre alguien, cuanto más tarde peor. Cargando sistemáticamente el coste sobre los más débiles y el empleo. Eso si las consecuencias no son aún peores, como en los terribles años 30.

El ¡Glups! lo dejamos para mañana.