· ¿Sabía usted que la bandera confederada sigue
el esquema de la cruz de San Andrés, que el dólar es de origen español y que
los primeros dieciséis caballos de Norteamérica los llevó Hernán Cortes?
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La hispanidad no sólo guarda relación con los países actualmente
conocidos como iberoamericanos, su poder también llegó a extensas zonas de
Norteamérica, y hoy algunas ciudades, escudos, banderas y hasta la propia
moneda de allí son un reflejo vivo de esta importante influencia.
España no ha
sido solamente la primera en descubrir el Nuevo Mundo, el más allá del cabo
Finisterre, del “fin de la tierra”, sino también la primera en pisar Norteamérica.
Antes de que ningún europeo, -futuro estadounidense-, tocara aquellos terrenos,
los españoles ya paseaban sus banderas por ellos.
El primer
hombre en navegar el famoso río Colorado yanqui, era español y se llamaba
Fernando de Alarcón. Y el primero en surcar el Mississippi tenía la misma
procedencia ibérica, respondiendo al nombre de Hernando de Soto, natural con
toda probabilidad de Jerez de los Caballeros, Castilla.
Asimismo, él
y sus 400 hombres aguerridos hicieron primicia explorando las zonas de Tejas,
Oklahoma y Arkansas, y navegando los puertos naturales de las actuales Nueva
York y Virginia. Otro más, Alejandro Malaspina, fue el primero en rastrear la
costa de California, y uno adicional, Vázquez de Coronado, el que atravesó el
Cañón del Colorado alcanzado la hoy conocida como Kansas City.
Antes de que
los ingleses comenzaran sus masacres con los indios, persiguiéndolos, esclavizándolos y
hacinándolos en reservas como si fueran animales, los españoles ya pactábamos
con sus tribus, como las de los sioux, navajos, cheyennes, arapahoes, e incluso
como la de los comanches, de dónde viene la famosa frase que ha pasado de
generación en generación por la cultura popular de “territorio comanche”.
La ciudad
más antigua
Obviamente,
estos importantes hitos no podían pasar desapercibidos en unas tierras que
prácticamente fueron españolas en más de la mitad de su totalidad hasta bien
entrado el siglo XIX. Hoy Estados como el de Arizona, el de Florida, el de
Luisiana, el de California, el de Nuevo Méjico y el de Tejas pertenecían al por
aquel entonces virreinato de la Nueva España. De hecho, Florida, que es la
ciudad más antigua de los Estados Unidos de América, conserva aún una
antigua fortaleza española sobre la que todavía hondea el estandarte hispano.
Castillo de San Marcos (Florida) y bandera imperial de
España
La huella es
evidente; las ciudades de Los Ángeles, de San Francisco y de San Agustín, entre
otras, tienen origen ibérico, esto es, hispano y católico, ambos inseparables.
Y se puede decir lo mismo de islas como la de San Juan. Nombres, todos ellos,
que cabrían esperarse de los españoles que partieron rumbo hacia nuevos
horizontes terrestres a bordo de una nave como la Santa María, y no de los
modernos estadounidenses que hicieron lo mismo hacia lugares extraterrestres
con un cohete al que apodaron Apollo, divinidad de la mitología greco-romana.
Hoy en día
Madrid no es sólo la capital de aquel magno Imperio, sino una ciudad de Estados
como el de Alabama , el de Colorado, el de Iowa, el de Virginia o el de
Nebraska; y
Washington ataño no era el centro político de Estados Unidos, sino un
territorio perteneciente a la corona española.
Bandera del estado de Florida
La presencia
de los antiguos dueños e inquilinos también subsiste en algunas banderas y
escudos. Así, por ejemplo, la Confederada diseñada por el congresista William
Parcher Miles y la del Estado de Alabama, lugar de procedencia del famoso
personaje cinematográfico Forest Gump, guardan la simbología de la Cruz de San
Andrés, emblema de la antigua bandera española que hoy siguen usando los
carlistas. Y respecto a los escudos, tanto el de Alabama como el de Los Ángeles
incluyen en uno de sus cuarteles el castillo y el león de los antiguos reinos
peninsulares.
Bandera del estado de Alabama
Otro escudo
que asimismo preserva la señal de su origen es el de Tejas. En él, se incluyen
las seis banderas de las seis naciones que han ejercido la soberanía sobre su
territorio; entre las que está, como no podría ser de otra manera, la
rojigualda española. Igualmente, en el capitolio de Tejas luce egregio el
emblema de Castilla recordando, por otro lado, que aquellas zonas
pertenecieron hasta fechas muy recientes al propio México.
Esa España
de los grandes hombres que llegaron hasta el fin del mundo dejó también su
impronta en la moneda que hoy usan cotidianamente los estadounidenses y es la
divisa más demandada en los intercambios económicos internacionales: el dólar.
En efecto,
el símbolo de este dinero adoptado por el Rey Fernando el Católico para la
Nueva España no es otra cosa que las dos columnas de Hércules en las que se
entrelaza una cinta donde se incluía la famosa frase “non plus ultra”, que se
modificó por “plus ultra”, es decir, “más allá”.
La antigua
mitología griega decía que Hércules limitó el mundo de Zeus en dos pilares, esto es, en dos extremos, uno de
los cuales era Gibraltar. Así, en aquel entonces se pensaba que tras el peñón
no había nada; hasta que Colón demostró que sí, que “más allá” estaba América
aguardando ser descubierta por él bajo el amparo de España.
El tálero de
Carlos V
Según la mitología griega, fue en Gibraltar, a orillas del dilatado mar azul, que el valeroso Hércules limitó con dos columnas el mundo de Zeus.
Pasaron años evaporándose los siglos, transcurriendo la Historia hasta 1610, en que España, doblándose bajo el peso del oro llevado de América, decidió, para facilitar los intercambios comerciales en la tierra, que desde Colón... se volvió redonda, acuñar monedas de ocho reales, cuyo símbolo sería las dos columnas de Hércules con la divisa Plus Ultra (más allá... de las puertas del viejo mundo).
Adoptaron los ingleses estas monedas, llamándolas Pillar-Dollar (Pillar, traduciéndose por columna); cuanto al origen del nombre «Dollar», en Alemania tenemos que buscarlo.
A los primeros años del siglo XVI, el conde Schlick hizo acuñar en la ciudad de «Joachimsthal» (valle de Joaquín), en Bohemia, monedas llamadas Joachims Thaler, abreviándose el nombre en el transcurso de los años en Thaler.
Los ingleses, que más tarde utilizaron estas monedas, las llamaron sucesivamente Thaler..., Tholer..., y finalmente, Dollar, la actual unidad monetaria americana.
Entre tanto, fueron acuñadas en España nuevas monedas, donde las columnas de Hércules envueltas por una guirnalda llevaban inscritas Plus Ultra, integrándose entonces como símbolo en el escudo español, perpetuándose en el nacional.
Fue durante el Congreso de los Estados Unidos en julio del año 1787 que se decidió la creación del Dollar, con la misma paridad que el Duro español, adoptando como símbolo la $, estilizando las columnas del escudo español, cuya guirnalda se transformaba en «S».
El águila de nuestro escudo Imperial agarra hoy el dólar americano...
Por otro
lado, el mismo nombre de “dólar” tiene relación con el Sacro Imperio Romano del
que fue Rey Carlos V.
En el siglo
XVI el conde Schlick ordenó acuñar en la ciudad de Joachimsthal (valle de
Joaquín) unas monedas a las que denominó “Joachims Thaler”, abreviándose
“Thaller”, y que con el uso pasó a “Tholler” hasta llegar a “Dollar”. De
hecho, el dólar español fue adoptado en 1785 como moneda oficial de los Estados
Unidos a cuyas colonias España ayudó a independizarse de Inglaterra, y en 1787
se creó el dólar estadounidense fijado en paridad con el duro español con valor
de 8 reales también españoles y cuya simbología tomó y que hoy se representa
como una “S” atravesada por dos erguidos palos: $.
Pero existe
otro tipo de huella de España en los actuales Estados Unidos: la cultural y
humana. El sur y el oeste de aquella nación está indeleblemente marcado por
esas constantes, a través de México, sobre todo después de que, con el
Tratado de Guadalupe Hidalgo, Norteamérica se quedó con inmensas
extensiones que ahora son los estados de Texas, Arizona, California, Nuevo
México y Colorado.
Ahí dejó
España una marcada huella que ha fructificado tres siglos después en grandes
metrópolis como San Francisco o Los Ángeles. Franciscanos y jesuitas fueron
creando en los siglos XVII y XVIII, las misiones y los presidios, unas veces en
forma de ranchos desperdigados y otras de pequeños pueblos, que en muchos casos
constituyeron el germen de grandes ciudades como San Francisco.
No fue fácil
someter a las tribus indias, sobre todo a las nómadas, (comanches, navajos y
apaches)... les fue mejor con las tribus sedentarias que se dedicaban a la
agricultura.
Esclavos, no
meras mercancías
Como
explicaba Ramiro de Maeztu en su obra más emblemática Defensa de la Hispanidad,
la religión marcó la impronta de la forma de colonizar España. A diferencia de
Inglaterra o de Francia, la Corona española fue mucho más respetuosa con los
derechos humanos, tanto con la población indígena, a la que integraron, como a
los esclavos.
Esta
cuestión supuso uno de los grandes motivos de fricción con Gran Bretaña, ya
que los principios católicos españoles hacían que trataran a éstos de una forma
más humanitaria, considerándolos “no como meras mercancías, sino sujetos de
derechos como la religión, la propiedad y la familia”.
Pero la
cultura del sudoeste americano es, en general, hija directa de España.
Religión, folclore, costumbres, e incluso elementos materiales (como la cría
del ganado, que los famosos cowboys de los western heredan de los vaqueros
españoles; o como la arquitectura colonial) proceden de los primeros
pobladores, castellanos, andaluces, vascos de aquellas grandes extensiones.
Aunque en el siglo XIX, tras ceder todo eso México, el Oeste se pobló primero
de elementos anglosajones y posteriormente de inmigrantes europeos (fundamentalmente
irlandeses y nórdicos).
Los Estados Unidos actuales serían, en cualquier caso,
irreconocibles tal como hoy las conocemos sin el legado español, desde el dólar hasta algo tan
representativo de su cultura y su paisaje como el caballo: los primeros que
llegaron al Continente fueron dieciséis equinos andaluces llevados en una de
las expediciones de Hernán Cortes.