martes, 15 de octubre de 2013

ESPAÑA EN NORTEAMÉRICA. Orgulloso de ser espaÑol



·  ¿Sabía usted que la bandera confederada sigue el esquema de la cruz de San Andrés, que el dólar es de origen español y que los primeros dieciséis caballos de Norteamérica los llevó Hernán Cortes?
                   

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 La hispanidad no sólo guarda relación con los países actualmente conocidos como iberoamericanos, su poder también llegó a extensas zonas de Norteamérica, y hoy algunas ciudades, escudos, banderas y hasta la propia moneda de allí son un reflejo vivo de esta importante influencia.


España no ha sido solamente la primera en descubrir el Nuevo Mundo, el más allá del cabo Finisterre, del “fin de la tierra”, sino también la primera en pisar Norteamérica. Antes de que ningún europeo, -futuro estadounidense-, tocara aquellos terrenos, los españoles ya paseaban sus banderas por ellos.
El primer hombre en navegar el famoso río Colorado yanqui, era español y se llamaba Fernando de Alarcón. Y el primero en surcar el Mississippi tenía la misma procedencia ibérica, respondiendo al nombre de Hernando de Soto, natural con toda probabilidad de Jerez de los Caballeros, Castilla.
Asimismo, él y sus 400 hombres aguerridos hicieron primicia explorando las zonas de Tejas, Oklahoma y Arkansas, y navegando los puertos naturales de las actuales Nueva York y Virginia. Otro más, Alejandro Malaspina, fue el primero en rastrear la costa de California, y uno adicional, Vázquez de Coronado, el que atravesó el Cañón del Colorado alcanzado la hoy conocida como Kansas City.
Antes de que los ingleses comenzaran sus masacres con los indios, persiguiéndolos, esclavizándolos y hacinándolos en reservas como si fueran animales, los españoles ya pactábamos con sus tribus, como las de los sioux, navajos, cheyennes, arapahoes, e incluso como la de los comanches, de dónde viene la famosa frase que ha pasado de generación en generación por la cultura popular de “territorio comanche”.
La ciudad más antigua
Obviamente, estos importantes hitos no podían pasar desapercibidos en unas tierras que prácticamente fueron españolas en más de la mitad de su totalidad hasta bien entrado el siglo XIX. Hoy Estados como el de Arizona, el de Florida, el de Luisiana, el de California, el de Nuevo Méjico y el de Tejas pertenecían al por aquel entonces virreinato de la Nueva España. De hecho, Florida, que es la ciudad más antigua de los Estados Unidos de América, conserva aún una antigua fortaleza española sobre la que todavía hondea el estandarte hispano.



Castillo de San Marcos (Florida) y bandera imperial de España

La huella es evidente; las ciudades de Los Ángeles, de San Francisco y de San Agustín, entre otras, tienen origen ibérico, esto es, hispano y católico, ambos inseparables. Y se puede decir lo mismo de islas como la de San Juan. Nombres, todos ellos, que cabrían esperarse de los españoles que partieron rumbo hacia nuevos horizontes terrestres a bordo de una nave como la Santa María, y no de los modernos estadounidenses que hicieron lo mismo hacia lugares extraterrestres con un cohete al que apodaron Apollo, divinidad de la mitología greco-romana.
Hoy en día Madrid no es sólo la capital de aquel magno Imperio, sino una ciudad de Estados como el de Alabama , el de Colorado, el de Iowa, el de Virginia o el de Nebraska; y Washington ataño no era el centro político de Estados Unidos, sino un territorio perteneciente a la corona española.

Bandera del estado de Florida

La presencia de los antiguos dueños e inquilinos también subsiste en algunas banderas y escudos. Así, por ejemplo, la Confederada diseñada por el congresista William Parcher Miles y la del Estado de Alabama, lugar de procedencia del famoso personaje cinematográfico Forest Gump, guardan la simbología de la Cruz de San Andrés, emblema de la antigua bandera española que hoy siguen usando los carlistas. Y respecto a los escudos, tanto el de Alabama como el de Los Ángeles incluyen en uno de sus cuarteles el castillo y el león de los antiguos reinos peninsulares.

Bandera del estado de Alabama

Otro escudo que asimismo preserva la señal de su origen es el de Tejas. En él, se incluyen las seis banderas de las seis naciones que han ejercido la soberanía sobre su territorio; entre las que está, como no podría ser de otra manera, la rojigualda española. Igualmente, en el capitolio de Tejas luce egregio el emblema de Castilla recordando, por otro lado, que aquellas zonas pertenecieron hasta fechas muy recientes al propio México.


Esa España de los grandes hombres que llegaron hasta el fin del mundo dejó también su impronta en la moneda que hoy usan cotidianamente los estadounidenses y es la divisa más demandada en los intercambios económicos internacionales: el dólar.
En efecto, el símbolo de este dinero adoptado por el Rey Fernando el Católico para la Nueva España no es otra cosa que las dos columnas de Hércules en las que se entrelaza una cinta donde se incluía la famosa frase “non plus ultra”, que se modificó por “plus ultra”, es decir, “más allá”.

La antigua mitología griega decía que Hércules limitó el mundo de Zeus en dos pilares, esto es, en dos extremos, uno de los cuales era Gibraltar. Así, en aquel entonces se pensaba que tras el peñón no había nada; hasta que Colón demostró que sí, que “más allá” estaba América aguardando ser descubierta por él bajo el amparo de España.
El tálero de Carlos V




 

Fueron trece los trabajos de Hércules!!!..., y no doce. En el decimotercio, el héroe, bien inconscientemente, creó el símbolo del Dólar, enigmático ideograma hoy empleado por millones de individuos, quienes no sospechan que en el $ se resumen dos mil años de la historia de España.
Según la mitología griega, fue en Gibraltar, a orillas del dilatado mar azul, que el valeroso Hércules limitó con dos columnas el mundo de Zeus.
Pasaron años evaporándose los siglos, transcurriendo la Historia hasta 1610, en que España, doblándose bajo el peso del oro llevado de América, decidió, para facilitar los intercambios comerciales en la tierra, que desde Colón... se volvió redonda, acuñar monedas de ocho reales, cuyo símbolo sería las dos columnas de Hércules con la divisa Plus Ultra (más allá... de las puertas del viejo mundo).
Adoptaron los ingleses estas monedas, llamándolas Pillar-Dollar (Pillar, traduciéndose por columna); cuanto al origen del nombre «Dollar», en Alemania tenemos que buscarlo.
A los primeros años del siglo XVI, el conde Schlick hizo acuñar en la ciudad de «Joachimsthal» (valle de Joaquín), en Bohemia, monedas llamadas Joachims Thaler, abreviándose el nombre en el transcurso de los años en Thaler.
Los ingleses, que más tarde utilizaron estas monedas, las llamaron sucesivamente Thaler..., Tholer..., y finalmente, Dollar, la actual unidad monetaria americana.
Entre tanto, fueron acuñadas en España nuevas monedas, donde las columnas de Hércules envueltas por una guirnalda llevaban inscritas Plus Ultra, integrándose entonces como símbolo en el escudo español, perpetuándose en el nacional.
Fue durante el Congreso de los Estados Unidos en julio del año 1787 que se decidió la creación del Dollar, con la misma paridad que el Duro español, adoptando como símbolo la $, estilizando las columnas del escudo español, cuya guirnalda se transformaba en «S».
El águila de nuestro escudo Imperial agarra hoy el dólar americano...
Por otro lado, el mismo nombre de “dólar” tiene relación con el Sacro Imperio Romano del que fue Rey Carlos V.
En el siglo XVI el conde Schlick ordenó acuñar en la ciudad de Joachimsthal (valle de Joaquín) unas monedas a las que denominó “Joachims Thaler”, abreviándose “Thaller”, y que con el uso pasó a “Tholler” hasta llegar a “Dollar”. De hecho, el dólar español fue adoptado en 1785 como moneda oficial de los Estados Unidos a cuyas colonias España ayudó a independizarse de Inglaterra, y en 1787 se creó el dólar estadounidense fijado en paridad con el duro español con valor de 8 reales también españoles y cuya simbología tomó y que hoy se representa como una “S” atravesada por dos erguidos palos: $.
Pero existe otro tipo de huella de España en los actuales Estados Unidos: la cultural y humana. El sur y el oeste de aquella nación está indeleblemente marcado por esas constantes, a través de México, sobre todo después de que, con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, Norteamérica se quedó con inmensas extensiones que ahora son los estados de Texas, Arizona, California, Nuevo México y Colorado.
Ahí dejó España una marcada huella que ha fructificado tres siglos después en grandes metrópolis como San Francisco o Los Ángeles. Franciscanos y jesuitas fueron creando en los siglos XVII y XVIII, las misiones y los presidios, unas veces en forma de ranchos desperdigados y otras de pequeños pueblos, que en muchos casos constituyeron el germen de grandes ciudades como San Francisco.


No fue fácil someter a las tribus indias, sobre todo a las nómadas, (comanches, navajos y apaches)... les fue mejor con las tribus sedentarias que se dedicaban a la agricultura.
Esclavos, no meras mercancías
Como explicaba Ramiro de Maeztu en su obra más emblemática Defensa de la Hispanidad, la religión marcó la impronta de la forma de colonizar España. A diferencia de Inglaterra o de Francia, la Corona española fue mucho más respetuosa con los derechos humanos, tanto con la población indígena, a la que integraron, como a los esclavos.
Esta cuestión supuso uno de los grandes motivos de fricción con Gran Bretaña, ya que los principios católicos españoles hacían que trataran a éstos de una forma más humanitaria, considerándolos “no como meras mercancías, sino sujetos de derechos como la religión, la propiedad y la familia”.
Pero la cultura del sudoeste americano es, en general, hija directa de España. Religión, folclore, costumbres, e incluso elementos materiales (como la cría del ganado, que los famosos cowboys de los western heredan de los vaqueros españoles; o como la arquitectura colonial) proceden de los primeros pobladores, castellanos, andaluces, vascos de aquellas grandes extensiones. Aunque en el siglo XIX, tras ceder todo eso México, el Oeste se pobló primero de elementos anglosajones y posteriormente de inmigrantes europeos (fundamentalmente irlandeses y nórdicos).
Los Estados Unidos actuales serían, en cualquier caso, irreconocibles tal como hoy las conocemos sin el legado español, desde el dólar hasta algo tan representativo de su cultura y su paisaje como el caballo: los primeros que llegaron al Continente fueron dieciséis equinos andaluces llevados en una de las expediciones de Hernán Cortes.
  

martes, 8 de octubre de 2013

HISPANOAMÉRICA, LO QUE NOS UNE.

Lo que nos une: algo más que la historia común
No es que la América Hispana y España compartan una historia común: es que nuestra historia es la misma. Allí nació algo que lleva nuestra sangre pero cobró vida propia.

El 12 de octubre de 1492, viernes por más señas, tres barcos capitaneados por Cristóbal Colón tocaban tierra en lo que el navegante creía que eran las Indias, o sea, Asia. La historia es bien conocida: los turcos habían cerrado el Mediterráneo, España necesitaba acceder a los mercados de oriente y Colón llegó diciendo que él conocía una ruta occidental. Pero lo que había al otro lado no era Asia, sino otra cosa: las Indias eran América. 

                                     



  • Lo mollar de la cuestión es esto: lo que empezó a nacer en 1492 y crecería sin tregua durante los dos siglos posteriores fue un mundo nuevo que ya no era la América indígena ni tampoco una simple prolongación colonial de la metrópoli.
    En el suelo americano surgió una realidad histórica nueva con sus propias características culturales, políticas, religiosas, sociales y hasta raciales. No es que la América hispana y España compartan una historia común: es que nuestra historia es la misma. Allí nació algo que lleva nuestra sangre pero cobró vida propia, y la cobró mucho antes de las independencias del XIX. Por eso somos hermanos.
    Hay una tendencia bastante enfermiza a examinar la conquista de América bajo la luz de sus aspectos más siniestros.
     Lo que nos une: algo más que  la historia común

    Contra la leyenda negra
    Según cierta vulgata muy en boga hoy en nuestro país, España llegó a América, arrasó el paraíso, diezmó a los pueblos felices con un genocidio brutal, esclavizó a los indios y les infligió torturas sin fin para convertirlos al cristianismo. Todo esto es simplemente falso. Hoy nadie con un mínimo rigor puede hablar de genocidio.
    El genocidio presupone una voluntad de exterminio que jamás existió en la política española en América. Al contrario, es el primer caso de conquista en toda la historia que proscribe desde el principio la esclavitud de los vencidos, persiguiendo a quienes vulneran esa prohibición y tolerando un proceso de mestizaje.
    Sí hubo una catástrofe demográfica sin paliativos que diezmó a la población amerindia, y hoy todo el mundo sabe (o debería saber) que obedeció, sobre todo, a los virus llevados a América por los españoles, por sus animales domésticos y, después, por los esclavos.
    Falso es también el tópico de los indios torturados por la Inquisición. La labor de la Inquisición en América fue comparativamente minúscula. Por ejemplo: una sola ejecución en todo el siglo XVIII. Y sobre todo, rarísima vez se aplicó sobre los indios: los casos tempranos (el cacique Don Carlos de Texcoco, los tres indios de Tlaxcala) fueron tan polémicos en Nueva España que llevaron a la propia Inquisición a prohibir expresamente que se persiguiera a los indios, “neófitos en la fe”.
    Léase la Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima, de José Toribio Medina, por poner un sólo ejemplo. En cuanto a la esclavitud, sabemos que la historia de la colonización es una permanente pugna de la Corona y la Iglesia contra quienes querían implantarla. Hubo, sin duda, otras formas de explotación de los indios, pero no la esclavista. Esa la hubo, y muy brutal, en la América prehispana, entre los propios pueblos indios.
    Los indios, sí. Y por eso abrieron el camino a los españoles. Cuando uno cuenta la historia de la conquista se fija siempre en los grandes héroes (Núñez de Balboa, Cortés, Pizarro), gentes que desafiaron a poderes de extraordinaria amplitud y vencieron.
    Las gestas de estos personajes son en verdad escalofriantes, pero ninguna conquista hubiera sido posible sin el concurso –interesado y vehemente– de las propias tribus indias. Santo Domingo lo conquistaron los Colón, pero lo hicieron gracias a los taínos que les ayudaron para quitarse de encima a los caribes, que gustaban de comérselos a pedacitos.
    México lo conquistó Hernán Cortés, sí, pero sus manos y sus pies fueron los centenares de miles de tlaxcaltecas, tepeaqueños, etc., que se le unieron porque estaban hasta el gorro de los mexicas (o aztecas).
    El Perú lo conquistó Pizarro, sí, pero quienes le llevaron literalmente en andas fueron las decenas de miles de huancas, chachapoyas, cañares y yanaconas, entre otros, que le abrieron camino porque ya no soportaban más a los incas. Y así sucesivamente.

    Roma y España
    Las civilizaciones amerindias tienen muchos aspectos fascinantes, pero se derrumbaron al primer contacto con el exterior porque eran más primitivas y menos aptas para la convivencia organizada que la civilización invasora. Exactamente igual que pasó en España con las culturas ibéricas y célticas aplastadas por Roma. Por lo demás, hoy la población indígena de la América hispana se estima entre 40 y 50 millones de almas, según los distintos tipos de censo. La de la América anglosajona no llega a los dos millones.
                      
    A propósito de Roma: no sabemos cuántos celtíberos fallecieron durante la latinización de la península, pero no por eso renunciamos a ser herederos de Roma, ¿verdad? De la semilla que plantó Roma en Hispania nació una entidad singular con una sociedad mestiza –hispanorromana–, con estructuras económicas y políticas evolucionadas, con una lengua latina que terminaría alumbrando las distintas lenguas españolas, después con una religión que unificó a los hispanos –el cristianismo– y, en fin, con una cierta conciencia de pertenencia a un mundo común.
    Es interesante aplicar el mismo esquema a la conquista española de América, porque el modelo es muy semejante. Con la salvedad de que allí, en América, no desaparecieron los pueblos nativos, sino que numerosas culturas precolombinas siguen existiendo hoy, y los misioneros predicaron la fe en la lengua de los indígenas.
    Pero ahora fijémonos en lo demás: cosas que ninguna otra potencia imperial hizo nunca –y apenas haría después– en la Historia universal. Desde el mismo codicilo del testamento de Isabel la católica, en 1504, se proscribe la esclavitud de los vencidos: es la primera vez en la Historia que una potencia vencedora hace algo semejante.
    Desde 1511 la Iglesia denuncia los abusos sobre los indios y desde el año siguiente ya hay una legislación específica que sería renovada en momentos sucesivos y siempre en la misma dirección: la protección de los indígenas, lo cual en la práctica implica el designio de crear una sociedad nueva sobre bases de justicia.
    El momento cumbre de este proceso llegará cuando Carlos I ordene detener las conquistas hasta tener la certidumbre de que obra conforme a la moral; será la Controversia de Valladolid, entre 1550 y 1551, de cuyos debates nace la primera formulación de lo que hoy llamamos derechos humanos. Nunca había pasado nada igual.
    Simultáneamente España ampara un proceso de mestizaje que es fruto directo de las circunstancias. La mayoría de los pueblos amerindios utilizaban a sus mujeres como moneda de cambio, de manera que los españoles –inicialmente muy pocos– se encuentran rápidamente con mujeres nativas e hijos mestizos.
    Desde el punto de vista español de la época, nada malo había en ello si la cónyuge era bautizada y la relación devenía en matrimonio. En 1553 Felipe II promulga la primera legislación para proteger a los niños mestizos sin padre conocido y en 1557 se funda el primer colegio para niños mestizos pobres.

    El mundo virreinal
    Lo que está naciendo ahí no es una colonia como las que Portugal había sembrado en África y Asia, o como las que Inglaterra empezará a levantar a partir del siglo XVII, sino que es una sociedad con personalidad propia que aspira a regirse a sí misma.
    Desde el primer momento se erigen catedrales: Santo Domingo en 1512, México en 1523, Lima en 1535. Y también desde el primer momento surgen universidades, según el modelo español, destinadas a la educación de la elite autóctona: Santo Domingo en 1538, Lima y Méjico en 1551.
    Cabe recordar que Inglaterra nunca fundó universidades en sus colonias americanas. Gran Bretaña estructuró su imperio con el ejército y el ferrocarril. España lo hizo con la religión y una ingeniería política enteramente nueva.
    Ingeniería política, en efecto, porque los virreinatos son entidades políticas que generan su propia personalidad. La organización del territorio, las vías comerciales, las rutas marítimas e incluso la protección militar de las Indias quedaron siempre bajo la responsabilidad de cada virreinato.
    Y no debieron de hacerlo tan mal cuando el invento sobrevivió tres siglos sin alteraciones dignas de mención ni guerras civiles. Menos guerras, desde luego, que las que sacudirían ese mismo territorio después de la independencia. 

                                  
    ¿Más blasones? Por ejemplo, este: la América española fue el primer escenario de la vacunación masiva contra la viruela en fecha tan temprana como 1803, es decir, sólo siete años después de su invención por Jenner, y antes de que Napoleón la hiciera obligatoria en sus ejércitos.
    Todas estas cosas son tan verdad como los episodios más o menos truculentos de la conquista. Y son precisamente las cosas que diferencian a la huella española en América de cualquier otra aventura imperial en la historia de Europa. España no se trasplantó a América; España se injertó.
    Así nació una realidad autónoma, con vida propia. Porque las Indias, como decía el argentino Ricardo Levene, nunca fueron colonias. Desde este punto de vista, que los virreinatos terminaran ganando su propia independencia era inevitable.
    Y es interesante, porque en los textos de Vitoria sobre la conquista de las Indias, en pleno siglo XVI, se contempla ya la emancipación de los territorios americanos como objetivo natural de la acción misionera española.
    ¿Lo que nos une? El cordón umbilical. Un tipo de unión que permanece aunque el cordón se corte. 

    ENLACES DE INTERÉS:

    http://kaire.wikidot.com/mentiras-interesadas-sobre-la-conquista-espanola

    http://laorejadejenkins.es/historia/la-gran-mentira-de-la-esclavitud-y-el-genocidio-espanol-en-america

    Y que decir del genocidio linguístico en Las Filipinas. Este es mas reciente y lo hicieron los Estados Unidos de NorteAmérica contra una lengua, la española y los hispaohablantes:

    http://hispanismo.org/hispanoasia/5216-el-genocidio-lingueistico-filipino-asi-se-impuso-el-ingles.html

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