¿Es excepcional en la historia que una minoría de
conquistadores derrote a un ejército más numeroso y se imponga sobre unos
conquistados en una proporción de uno por cada cincuenta, cien o doscientos? En
absoluto. Lo hicieron los griegos en Asia Menor, los romanos en la Galia, los
mongoles en Europa y Asia, los españoles en México y Perú, los británicos en
India… y los árabes en España.
Para comprender la excepción y la expansión de los
árabes hay que partir de dos elementos. El primero es que, como cuenta
Payne (España, una historia única):
La civilización islámica no fue la primera en someter
la conquista por las armas a un imperativo religioso. Sin embargo, lo novedoso
es que el islam es la única religión importante del mundo que exige
categóricamente la continuación constante de la acción militar contra los
infieles, y sus seguidores han destacado por llevar a cabo durante mucho tiempo
y, durante siglos, con bastante éxito, conquistas militares.
El segundo, es que los árabes mantienen y trasladan su
organización tribal, patrilineal y poligámica: se apoderan las mujeres
ajenas (con las dotes que aportan sus familias) a su clan y no ceden a las
propias, con lo que crecen a costa del debilitamiento de otros. Así, los recién
llegados absorbieron a las familias de la aristocracia goda.
Cuando Tariq desembarcó en España, ¿venían los
invasores sólo con planes de rapiña y botín y los cambiaron al derrumbarse la
monarquía goda, o desde un principio con finalidad conquistadora y engañaron a
los witizanos? No se sabe a ciencia cierta. El desorden de la conquista, los
enfrentamientos entre bereberes y árabes y las revueltas de los españoles
convivían con los pasos firmes de los nuevos amos para establecer un
nuevo orden.
Uno de los primeros actos de los invasores fue acuñar
una moneda de oro, de más valor que las visigodas, con inscripciones
latinas para informar a los nativos del principio básico del islam: "En el
nombre de Dios, no hay más Dios que el Dios único, no hay otros Dios".
También se cambió el nombre de Spania por el de al-Andalus y se trasladó
la capitalidad de Toledo –ciudad donde se produjeron durante siglos numerosas
sublevaciones tanto de cristianos como de musulmanes, conversos o no, contra
los emires- a Sevilla y luego a Córdoba.
A medida que ganaban victorias, Tariq y Musa aplicaron
métodos despiadados: si los partidarios de Rodrigo se rendían, les
ofrecían capitulaciones similares a las concedidas a los witizanos, pero si
algunos de éstos se resistían por la fuerza a los planes de los invasores, los
aniquilaban. O sumisión o esclavitud y muerte.
Incluso así en Damasco se veía la nueva provincia como lejana, turbulenta, amenazada y poco rentable, pues los conquistadores se habían apoderado de las tierras y de las riquezas, por lo que el califa Abd-al-Aziz se planteó hacia 720 abandonarla. En los años posteriores, se asentó la administración, aunque más tarde ocurrieron nuevas conmociones.
Incluso así en Damasco se veía la nueva provincia como lejana, turbulenta, amenazada y poco rentable, pues los conquistadores se habían apoderado de las tierras y de las riquezas, por lo que el califa Abd-al-Aziz se planteó hacia 720 abandonarla. En los años posteriores, se asentó la administración, aunque más tarde ocurrieron nuevas conmociones.
Algunos historiadores llegan a sostener que la mayoría
de España fue conquistada de modo pacífico, por medio de capitulaciones,
pero omiten que éstas no habrían sido posibles si Musa y Tariq no hubieran
tenido sus alfanjes chorreando sangre. Por otro lado, entre los hispanos
existía el sentimiento de la inminencia del fin del mundo, como aparece
en la Crónica Mozárabe, y que les inducía a aceptar este
"cataclismo político y social" (Serafín Fanjul, en Al-Andalus
contra España).
Arrumbado el reino godo y en desbandada la
aristocracia, el califa se puso a organizar el nuevo territorio ganado para dar-el-islam.
En el reparto de tierras, los bereberes fueron los más perjudicados y
además se les puso bajo el gobierno de árabes; éstos se asignaron las ciudades
de Andalucía, las tierras más fértiles y las posiciones más cómodas.
El profesor Rafael Sánchez Saus (Al-Andalus y la
cruz) califica así a la nueva población venida de África y Asía:
Guerreros siempre dispuestos para las incesantes
guerras externas e internas, policías para mantener el dominio sobre la
población sometida y agentes del fisco establecido para, sobre todo, asegurar
su propio mantenimiento a costa de la población. Éstas fueron, durante mucho
tiempo, las casi exclusivas ocupaciones de los nuevos dueños de España.
Pero, ¿cuántos vinieron? Pierre Guichard calcula que a lo largo del siglo VIII llegaron 200.000 guerreros, de los que 50.000 fueron árabes y el resto bereberes; más sus familias. La población de España en 711 oscilaba entre cinco y seis millones. En Pamplona se halla la necrópolis musulmana más antigua de España, fechada entre 714 y 770, donde se han aflorado restos humanos de casi 200 individuos, seguramente bereberes, con mujeres, ancianos y niños.
A diferencia de los godos, no se mezclaron con la población nativa española, ni ellos ni los sucesivos invasores africanos (almorávides, almohades y benimerines), tal como demuestran los estudios de los marcadores genéticos, que revelan una separación tajante entre las dos orillas del Mediterráneo.
Pero, ¿cuántos vinieron? Pierre Guichard calcula que a lo largo del siglo VIII llegaron 200.000 guerreros, de los que 50.000 fueron árabes y el resto bereberes; más sus familias. La población de España en 711 oscilaba entre cinco y seis millones. En Pamplona se halla la necrópolis musulmana más antigua de España, fechada entre 714 y 770, donde se han aflorado restos humanos de casi 200 individuos, seguramente bereberes, con mujeres, ancianos y niños.
A diferencia de los godos, no se mezclaron con la población nativa española, ni ellos ni los sucesivos invasores africanos (almorávides, almohades y benimerines), tal como demuestran los estudios de los marcadores genéticos, que revelan una separación tajante entre las dos orillas del Mediterráneo.
Estado de guerra civil permanente
Por otro lado, existía enemistad, que llegaba al odio,
entre los bereberes (poco o nada islamizados y mucho menos arabizados), que
habían realizado la mayor parte de la invasión, y los árabes. Según los
cronistas árabes, cuando Musa y Tariq se encontraron en 713 cerca de Talavera
de la Reina, el primero, loco de celos, abroncó al segundo.
Ante las ofensas y la discriminación que sufrían, los
bereberes se levantaron en 741 en una fitna (guerra civil): mataron
a los árabes que encontraron en sus comarcas y trataron de ocupar Toledo,
Algeciras y Córdoba, recordando los episodios de la conquista. Los Omeya enviaron
un gran ejército de sirios y palestinos que cayó derrotado en Fez por los
bereberes ese mismo año. Los restos (unos 10.000) pasaron a al-Andalus y se
unieron a los árabes. Todos juntos vencieron a los sublevados, sobre todo en la
batalla de Guadalete, cerca de Toledo.
Los sirios recién llegados se negaron a dejar
al-Andalus, pero los árabes ya asentados no querían compartir sus privilegios.
Los sirios mataron al gobernador, Ibn Qatan, al que crucificaron entre un
cerdo y un perro. Nueva guerra que concluyó cuando el gobernador de
Ifriqiya (ciudad sede del poder árabe en el Magreb) consiguió un arreglo entre
ambos bandos, con la ayuda de Artobás, el hijo menor de Witiza, al que los
invasores habían reconocido la propiedad de unos mil fundos y le habían
nombrado conde de los cristianos de Córdoba y su comarca. Poco antes, este godo
había sufrido el despojo de cien de sus fincas por parte de los sirios y de
nada le valieron su prestigio ni su posición. Hacia mediados del siglo VIII el
contenido de las capitulaciones con los godos y las ciudades había sido anulado
por el poder árabe.
¡Si así vivían los conquistadores y sus aliados
locales, cómo lo harían los cristianos pobres, a cuya costa se premiaba a los
recién llegados o a los rebeldes! Pero las fuentes árabes –otra muestra de
desprecio que hoy calificaríamos de racismo- no les mencionan; como tampoco a los bereberes y judíos. Ya entonces algunos grupos
cristianos también se rebelaron por los abusos y los expolios, y que comenzó la
emigración al norte, una de las razones de la consolidación de los reinos
cristianos (en 755 la guarnición bereber fue expulsada de Pamplona y se
formó otro núcleo de resistencia).
Sólo con el califato instaurado por Abderramán III en 929, después de derrotar a los cristianos acaudillados por el cristiano Omar/Samuel ibn Hafsún en Bobastro, Córdoba pudo controlar su territorio y población, pero únicamente hasta unos años después de la muerte de Almanzor (1002).
¿Cultura superior?
¿Y eran estos invasores superiores a los españoles?
Parte del mito sobre al-Andalus asegura que los árabes trajeron a España
esplendores culturales y económicos, cuando no habían superado el estado
tribal y su cultura estaba en deuda con los países conquistados (Fanjul).
Por ejemplo es un tópico decir que los árabes
introdujeron técnicas de cultivo y regadío, cuando provenían del desierto; esas
técnicas ya existían en España. El arco de herradura lo emplearon los godos
(quizás lo tomaron de los romanos, pero no se sabe) y los árabes lo copiaron,
aunque los admiradores de éstos se lo han atribuido. Respecto a la
arquitectura, sólo se tiene noticia de la construcción de tres mezquitas en
al-Andalus, hasta que en 786 Abderramán I ordenó la confiscación
(enmascarada de compra, como la cesión voluntaria por Artobás de cien de sus
fincas) de parte de la basílica de San Vicente de Córdoba para levantar una
mezquita aljama, para lo que empleó materiales romanos y godos robados. Sólo
empieza a notarse una nueva fase cultural, claramente oriental, ya bien entrado
el siglo IX.
Esta organización tribal tiene otro tipo de
consecuencias, y es la inestabilidad política. Las sociedades tribales que no
evolucionan hacia modelos de relaciones públicas no basadas en la lealtad a un
patriarca, dueño de la vida de sus descendientes, suelen colapsar, que es lo
que ocurrió en al-Andalus.