sábado, 26 de marzo de 2016

¿Cómo España logró crear la Armada más temible del mundo?


Tras la Guerra de Sucesión, y a la vista de los acontecimientos, Felipe V decidió revitalizar la flota española y reinventó una institución tan certera como imponente.



Foto: El Infante Don Pelayo acude al rescate del Santísima Trinidad en la Batalla del Cabo de San Vicente del 14 de febrero de 1797.

El Infante Don Pelayo acude al rescate del Santísima Trinidad en la Batalla del Cabo de San Vicente del 14 de febrero de 1797.

En el siglo XVIII, la marina de guerra española era una sombra de lo que fue. Se combatía sin recursos prácticamente, y a partir de 1700, casi siempre a la defensiva. La imagen era deplorable y el estado de la flota, penoso. El declive de su poderío pretérito, el que nos dio grandeza y prestigio, solo era una calcomanía o mal remedo de una elite de marinos virtuosos, tenaces y en muchas ocasiones, heroicos. Pero algo cambió cuando tres grandes políticos de Estado se comprometieron a revertir esa situación. Era el tiempo de Felipe V, un Borbón con ideas.
La gravedad de la situación rozaba el surrealismo. Durante la Guerra de Sucesión (1701 – 1713, Tratado de Utrecht) que acabó con la monarquía federal de los Austrias, la Flota de Indias venía siendo escoltada regularmente por fragatas francesas en su trasiego trasatlántico.
Incapaces de interceptar la flota inglesa de invasión que se apoderó de Menorca en 1708 (sería devuelta casi un siglo después tras el tratado de Amiens), de evitar las razias británicas en las costas de Cádiz –Rota, Santa María, etc.–, o de enfrentarse a los capaces navíos de línea ingleses, caso de la batalla de Barú (pérdida del polémico San José), el toque de atención al ego nacional se barruntaba.
Tras la Guerra de Sucesión y a la vista de los acontecimientos, Felipe V decide revitalizar la flota. Los progresos en la artillería y las nuevas técnicas de construcción de barcos de vela con proyección militar, requieren la intervención de ingenieros navales en sustitución de los carpinteros de ribera, y los astilleros artesanales se convierten en modernas industrias; en definitiva, las técnicas de construcción comienzan a estar a la altura de las exigencias del siglo XVIII. Se atisba el final del túnel con el empeño personal del rey y de dos extraordinarios colaboradores, Patiño y Ensenada, a los cuales no se les ha reconocido suficientemente.

Una flota digna de tal nombre

La reforma de la Armada estará subordinada a un concepto estratégico vital y elemental a la par; la conexión de la metrópoli y sus colonias. El elemento perturbador de este proceso es sin duda la potencia naval de Inglaterra, que se enseñorea de los océanos con una reconocida flota surtida de veloces fragatas y navío de línea de excelente diseño. La burguesía mercantil y manufacturera isleña estaba urgida de nuevos mercados y venía forzando tratados mercantiles con la coacción sostenida de los hechos consumados; esto es, a cañonazos. El paradigma era que para sostener ese vasto imperio, el español, se hacía urgente implementar una flota digna de tal nombre.
El problema es que se venía peleando a la contra desde hacía tiempo. Inglaterra tenía la clara voluntad de hacerse con los ingentes recursos del Imperio hispano y, tras el Tratado de Utrecht, había obtenido la autorización para comerciar con las colonias españolas con “el navío de permiso” (toda la mercadería que cupiera en un buque de 500 toneladas). Además, habían conseguido colar el peliagudo tema del “derecho de asiento” para colocar miles de esclavos en un periodo de treinta años a partir del acto de firmado. La debilidad española se hacía manifiesta y las concesiones rubricaban esa situación.
Es un Siglo de Oro con mayúsculas para la Armada que devuelven a ésta el espíritu de potencia de primer rango
Entre Jorge Juan y Antonio de Gaztañeta, ingenieros navales y brillantes marinos y bajo el paraguas del secretario de Estado Bernardo Tinajero, empiezan a brotar extraordinarias naves marineras en los astilleros de nuevo corte de Guarnizo en Cantabria, en Pasajes (Guipúzcoa), en menor medida en La Habana y Cartagena. La gran ventaja es que su contundente velocidad punta es superior en un 20% a la de las más veloces fragatas inglesas. La relación entre eslora y manga (eran más estrechas y largas) les da una maniobrabilidad que roza la excelencia.







José Patiño, retratado por Jean Ranc.
José Patiño, retratado por Jean Ranc.
El 28 de enero de 1717 es una fecha vital para la historia de la marina española. El Real Decreto con el nombramiento de José Patiño como Secretario de Estado es recibido como agua de mayo entre los profesionales de la Armada. La declaración de intenciones de la política naval de la monarquía rubrica una nueva era en la marina de guerra española.
Patiño centraliza la apuesta por la esperanza, unida a una voluntad férrea por llevar a buen puerto los designios del rey. Se reforestan las zonas aledañas a los astilleros. Todos los elementos necesarios para el equipamiento de las naves (cordelería, artillería, velamen, jarcias, lonas, maderamen, etc.), junto con las viviendas de los carpinteros e ingenieros, quedan solapadas en un todo único. Se potencian en un plan más ambicioso, la apertura de los astilleros de Ferrol y de Cádiz, de Cartagena y de la Habana. Más de trescientas naves salen de estos vientres fabriles en plena ebullición; es un siglo de oro con mayúsculas para la Armada que devuelve a ésta el espíritu de potencia de primer rango, perdida por la erosión de tantos frentes y tanta guerra continuada.

Una huella imborrable

La escuela de guardiamarinas de Cádiz forma a generaciones de marinos cultos en lo académico y técnico, a la par que ilustrados. La cartografía, la trigonometría, la interpretación de las cartas de navegación, la geometría y otras disciplinas inherentes al mar son incorporadas a la nueva filosofía de los navegantes patrios. Jorge Juan, Antonio de Ulloa, Bustamante, Alcalá Galiano (fallecido en Trafalgar al mando de la Bahama) pertenecen a una hornada incomparable de grandes marinos; con ellos, España crecía. Pero el inigualable Patiño fallece en 1736, no sin antes devolver al país un protagonismo ido a menos en las décadas anteriores. Cuando murió, sus exequias más allá de convertirse en funeral de Estado, crearon un vacío enorme entre sus incondicionales, que eran legión. En su lecho de muerte, Felipe V lo hizo ministro.
Jorge Juan levantó los planos y diseños de vanguardia de las mejores embarcaciones inglesas de la época
El Marqués de Villadarias tendría un tránsito relativamente breve por la Intendencia General de Marina y daría lugar al enorme Jorge Juan o, dicho de otra manera, a Don Zenón de Somadevilla. Durante todo este tiempo, el ímpetu inspirador de Gaztañeta, estaba ahí, omnipresente. La Armada Real no podía tener mejores mentores.
Jorge Juan era un cultivado marino e ingeniero, extremadamente completo en su formación, que no dejaba nada al azar. Durante el tiempo que estuvo en Inglaterra, dejó una huella imborrable entre los locales. Levantó o levitó literalmente los planos y diseños de vanguardia de las mejores embarcaciones inglesas de la época, y al tiempo, se llevó o trajo a España a los mejores especialistas en la teoría naval, lo cual creó unas fricciones que a la postre le pasarían factura. Estuvo a punto de ser pasto del contraespionaje local y tuvo que darse a la fuga en dirección a Francia disfrazado de marinero mondo y lirondo. Un hacha de factura nacional el colega Jorge Juan.
Su increíble hazaña, la de aligerar secretos de Estado altamente confidenciales a una potencia competidora directa en el escenario internacional, levantó ampollas, y los ingleses, entre tanto con un natural cabreo monumental, rumiaban su venganza.


España, en buenas manos

Sobre las bases sólidas de la estructura de Patiño, la fina intuición del Marques de la Ensenada y la fidelidad y compromiso del rey hacia sus distinguidos funcionarios, la notablemente incrementada flota española había despertado las suspicacias de los rubicundos sajones que sentían amenazada su hegemonía en los mares. Entonces, con su proverbial insidia, urdieron un plan.







El marqués de la Ensenada. (Santiago Amiconi)
El marqués de la Ensenada. (Santiago Amiconi)
Era a la sazón embajador de Inglaterra en Madrid, Benjamin Keene, pequeño de nombre, pero un gran conspirador.
El nuevo rey de España, Fernando VI, quería mantenerse neutral en las agarradas entre anglos y franceses y Ensenada, que en aquel entonces era el hombre orquesta de la Corona (Ministro de Hacienda, de la Guerra y de Marina) era un decidido partidario de Francia. El mendaz inglés indispuso al entronizado monarca con su ministro, y éste sería alejado discretamente de los resortes de poder. Pero el majadero anglosajon pensó que al centrifugar a Ensenada el tinglado de la construcción naval española se vendría abajo. Nada más lejos de la realidad.
Carlos III, el rey que vino de Napoles, continuaría la estela de estos grandes de España manteniendo los objetivos estratégicos de Patiño, Ensenada y Gaztañeta. España seguiría en buenas manos durante mucho tiempo.
En recuerdo de aquellos hombres.

viernes, 25 de marzo de 2016

Violencia e islam por Ali Ahmad Said Esber. Alias ADONIS


Adonis, pseudónimo de Ali Ahmad Said Esber (Al Qassabin, Siria, 1930), quizá sea el poeta árabe más importante de nuestro tiempo. Nominado en varias ocasiones como posible premio Nobel de literatura, sus ensayos han contribuido a transformar de manera radical nuestra visión de las culturas árabes, víctimas de la tiranía religiosa. Su último libro, «Violencia e islam» (Planeta), es un diálogo con Houria Abdelouahed, indispensable para comprender las trágicas convulsiones que nos amenazan e hipotecan el futuro de la civilización musulmana.


—Si lo entiendo bien, la religión musulmana es una amenaza mundial: impide la liberación y modernización de las sociedades árabes y atiza un terrorismo que sueña con imponer un modelo universal totalitario.
—Cuando la religión es la única ley que rige la vida de las sociedades se convierte en un foco de violencia permanente, una amenaza totalitaria. Impide la emergencia de una sociedad civil, impide la existencia de una cultura, atiza un fanatismo amenazante para cualquier forma de libertad. En el caso de la religión musulmana, el caso tiene una dimensión trágica: un solo libro, el Corán, es la fuente única de toda la jurisprudencia política, social, cultural e institucional, hoy como ayer. De alguna manera, pudiera decirse que Dios mismo «está fuera de la ley»: Mahoma es el único y último profeta y su palabra es inmutable. Para colmo, Occidente apoyó y apoya a los regímenes donde la ley musulmana funciona como una dictadura, impidiendo incluso la emergencia de una sociedad civil. Como el islam permite la formación de imanes autoproclamados, cualquier fanático puede «ordenar» la matanza de infieles. Y cualquier fanático musulmán, de cualquier nacionalidad, puede precipitar matanzas espantosas.

—Fanáticos de cualquier nacionalidad, dice usted.
—Mire lo ocurrido en Francia el año pasado, en Bélgica, días pasados. Los guetos suburbanos franceses, belgas, europeos, están habitados esencialmente por franceses, belgas, alemanes, etcétera. La inmensa mayoría de los asesinos de las últimas generaciones han ido a las escuelas públicas. Y no se han integrado. Han descubierto la religión a través de internet, en la cárcel, en los suburbios de París o de Bruselas. Esa religión musulmana les promete ir al cielo si mueren matando, esa religión musulmana les promete un sinfín de mujeres vírgenes, cuando lleguen al cielo, matando. Y ellos se creen esa mentira fanática. Iluminados con esa luz ensangrentada, esos fanáticos son una amenaza inmediata allí donde se encuentran y su mueven con libertad, como ocurre en la vieja Europa.

—Esos fanáticos europeos, de religión musulmana, matan con bombas y pistolas que les llegan de Oriente Medio o los Balcanes. Los especialistas dicen que Daesh los utiliza como «peones» de su estrategia terrorista internacional.
—Vaya usted a saber… Los traficantes de armas pueden poner bombas y pistolas en las manos de los asesinos; pero el deseo de morir matando viene del fanatismo religioso, crecido en el fracaso de las escuelas públicas europeas, crecido con la falta de integración en las sociedades donde viven con libertad y descubren su posible «integración» en una religión que promete el paraíso a quienes sean capaces de morir matando.


















 
—Muchos presuntos estrategas antiterroristas dicen o fingen creer que la guerra militar contra Daesh «pondrá fin» al terrorismo.
—Una ilusión. Militarmente, quienes tienen la fuerza suficiente, los EE.UU. o Rusia, no dejan de hacer una guerra más o menos limitada. Bombardear este o aquel bastión islamista puede matar a mucha gente. El problema de fondo es mucho más grave. Daesh no tiene ningún éxito entre los árabes ni entre los musulmanes. Esos asesinos dan miedo, incluso el pueblo musulmán más o menos piadoso. Por el contrario, rusos, americanos, europeos, siguen apoyando a regímenes políticos donde solo impera la ley religiosa más imperiosa. Es posible combatir a una banda terrorista, es posible combatir a una tiranía política. Es mucho más difícil combatir a regímenes religiosos. Ya que esos regímenes niegan la identidad del individuo, niegan la sociedad civil. Los seres humanos no valen nada. Daesh comercia con mujeres, que compra y vende como si fueran ganado. Los regímenes apoyados por Washington y Europa se fundan en la única a ley de la religión musulmana. Esos mismos regímenes financian grupúsculos islamistas, que, con frecuencia, se matan entre ellos. Vea lo que está ocurriendo en Siria. Se puede «modernizar» o derrocar una tiranía. Pero sustituir una tiranía política por una tiranía religiosa puede ser peor.

—Hace años se pensó que la primavera árabe consumaría un cambio radical, prólogo a una liberalización generalizada de los países árabes musulmanes.
—La primavera árabe se ha transformado en una pesadilla. Pudo pensarse que era algo parecido a un amanecer, la floración de un mundo nuevo. Con el tiempo, advertimos que, en verdad, no se trataba de una revolución. Era otra cosa. La sublevación contra la tiranía precipitó nuevas formas de tiranía. La religión musulmana había impedido la formación de una auténtica sociedad árabe. Sin una ruptura completa con la religión musulmana, sin una ruptura entre la religión y el poder político, la ruptura que Europa consumó hace siglos, las sociedades árabes musulmanas están condenadas a seguir hundiéndose en una decadencia sin fin.






—¿Están enterradas definitivamente todas las difuntas esperanzas puestas en las primaveras árabes?
—Quedan ilusiones y esperanzas, aquí o allá. Pero se ha impuesto el oscurantismo. La importancia que ahora tiene Daesh o Al Nusra muestran, bien a las claras, que el nuevo fanatismo es una suerte de «prolongación» de las primaveras árabes. Es una evidencia que los occidentales apoyaron la emergencia de Bin Laden, luego apoyaron a otros grupúsculos financiados por Arabia Saudita o Qatar. Ahora, seguimos en esa misma línea.

—La gran cultura árabe clásica ¿no pudiera ser una suerte de «defensa» contra los gérmenes de barbarie que han florecido por todas partes?
—La gran cultura árabe clásica siempre ha estado al margen de la religión. No hay ningún autor árabe que haya escrito poesía, novela, teatro, si no es al margen y en contra de la religión. Los místicos musulmanes fueron grandes herejes. La religión ha sofocado las culturas árabes. No hay grandes universidades musulmanas, no hay grandes laboratorios musulmanes, no hay gran cultura árabe: la religión musulmana lo ha impedido, siempre. No puede escribirse poesía, no pueden escribirse ensayos o novelas, respetando una legislación coránica que comienza por negar la identidad de la persona. Un poeta como Claudel, un novelista como Bernanos, pueden ser al mismo tiempo, grandes escritores y grandes creyentes. La religión católica les permite esa libertad. Eso es impensable en las sociedades árabes musulmanas. Las mujeres han sido y son las primeras víctimas de esa tiranía religiosa. 

—Algunas películas, una saudita, una marroquí, varias iraníes, alguna kurda, hablan de una suerte de revuelta de las mujeres en algunas sociedades árabe / musulmanas. ¿Cree posible la emergencia de un movimiento de liberación de la mujer musulmana?
—Ese movimiento es una realidad. Pero los Estados apoyados por occidente siguen persiguiendo a las mujeres que sueñan con un estatuto de ciudadanas libres. Ese comportamiento occidental rinde un flaco favor a la libertad de los pueblos, en general, y a la libertad de las mujeres, en particular. El islam ha separado de manera espantosa lo masculino y lo femenino. El hombre domina e impone una ley tiránica. La mujer se convierte en un objeto sexual, que se usa, se compra, se vende, y se tira. En la religión musulmana se institucionaliza de alguna manera la relación entre el amo y el esclavo, la esclava. La mujer es un sexo mecánico, al servicio del deseo y el placer del hombre. Daesh, culminación histórica de una forma bien actual de «Estado islámico», compra y vende mujeres. Las niñas son las mujeres que se venden más caras: son vírgenes. A los asesinos dispuestos a matar se les promete ir al paraíso, donde los esperan un montón de vírgenes / esclavas, para que pueden realizar sus fantasías después de muertos.

—¿Qué hacer para intentar ayudar a las sociedades árabes víctimas de la teología musulmana y para intentar combatir las amenazas criminales que amenazan a las sociedades libres?
—Intentar favorecer la separación de la religión y el poder político. Los regímenes políticos pueden cambiar, evolucionar. Cuando la religión y la palabra coránica son la única todas las libertades están en cuarentena. Las mujeres están jugando un papel importante: aspirando a la libertad, están contribuyendo a cambiar las mentalidades. El hombre árabe musulmán más modesto es víctima de la pobreza y la ignorancia, favoreciendo la miseria sexual. Combatir la miseria sexual a través de la cultura es una forma de ayudar a los pueblos árabes a salir del pozo negro donde se encuentran.