Don Blas de Lezo y Olabarrieta
El vasco que humilló a los ingleses:
Tras haber
fracasado en los sucesivos intentos de la toma de la ciudad y a causa de las
grandes bajas en las filas inglesas, la perdida de navíos, la desmoralización
de las tropas que incluían el descontento de las mismas y la falta de
provisiones, según relata un diario de campaña de un soldado
inglés, Vernon, decidió retirarse disparando sus cañones a la
ciudad en su retirada y dejando barcos incendiados por falta de tripulación.
Remitió una carta a Lezo:
«Hemos decidido retirarnos, pero para volver pronto a ésta plaza, tras
reforzarnos en Jamaica»
Blas de Lezo,
respondió con ironía:
«Para
venir a Cartagena, es necesario que el Rey de Inglaterra construya otra
escuadra mayor, porque ésta solo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a
Londres".
Pero hagamos un poco de Historia:
Don Blas de Lezo. Héroe victorioso
de ESPAÑA contra contra Inglaterra.
Hace doce
años, cuando escribía La carta esférica, tuve en las manos una medalla
conmemorativa, acuñada en el siglo XVIII, donde Inglaterra se atribuía una
victoria que nunca ocurrió. Como lector de libros de Historia estaba
acostumbrado a que los ingleses oculten sus derrotas ante los españoles -como
la del vicealmirante Mathews en aguas de Tolón o la de Nelson cuando perdió el
brazo en Tenerife-, pero no a que, además, se inventen victorias. Aquella pieza
llevaba la inscripción, en inglés: El orgullo de España humillado por el
almirante Vernon; y en el reverso: Auténtico héroe británico, tomó
Cartagena -Cartagena de Indias, en la actual Colombia- en abril de 1741. En
la medalla había grabadas dos figuras. Una, erguida y victoriosa, era la del
almirante Vernon. La otra, arrodillada e implorante, se identificaba como Don
Blass y aludía al almirante español Blas de Lezo: un marino vasco de Pasajes
encargado de la defensa de la ciudad. La escena contenía dos inexactitudes. Una
era que Vernon no sólo no tomó Cartagena, sino que se retiró de allí tras
recibir las suyas y las del pulpo. La otra consistía en que Blas de Lezo nunca
habría podido postrarse, tender la mano implorante ni mirar desde abajo de esa
manera, pues su pata de palo tenía poco juego de rodilla: había perdido una
pierna a los 17 años en el combate naval de Vélez Málaga, un ojo tres años
después en Tolón, y el brazo derecho en otro de los muchos combates navales que
libró a lo largo de su vida. Aunque la mayor inexactitud de la medalla fue
representarlo humillado, pues Don Blas no lo hizo nunca ante nadie. Sus
compañeros de la Real Armada lo llamaban Medio hombre, por lo que
quedaba de él; pero los cojones siempre los tuvo intactos y en su sitio. Como
los del caballo de Espartero.
La vida de ese pasaitarra -mucho me sorprendería que figure en los libros
escolares vascos, aunque todo puede ser- parece una novela de aventuras:
combates navales, naufragios, abordajes, desembarcos. Luchó contra los
holandeses, contra los ingleses, contra los piratas del Caribe y contra los
berberiscos. En cierta ocasión, cercado por los angloholandeses, tuvo que
incendiar varios de sus propios barcos para abrirse paso a través del fuego, a
cañonazos. En sólo dos años, siendo capitán de fragata, hizo once presas de
barcos de guerra enemigos, todos mayores de veinte cañones, entre ellos el
navío inglés Stanhope. En los mares americanos capturó otros seis barcos
de guerra, mercantes aparte. También rescató de Génova un botín secuestrado de
dos millones de pesos, y participó en la toma de Orán y en el posterior socorro
de la ciudad. Después de ésas y otras muchas empresas, nombrado comandante
general del apostadero naval de Cartagena de Indias, a los 54 años, y tras
rechazar dos anteriores tentativas inglesas contra la ciudad, hizo frente a la
fuerza de desembarco del almirante Vernon: 36 navíos de línea, 12 fragatas y
varios brulotes y bombardas, 100 barcos de transporte y 39.000 hombres. Que se
dice
pronto.
He visto dos retratos de Edward Vernon, y en ambos -uno, pintado por
Gainsborough- tiene aspecto de inglés relamido, arrogante y chulito. Con esa
vitola y esa cara, uno se explica que vendiera la piel antes de cazar el oso,
haciendo acuñar por anticipado las medallas conmemorativas de la hazaña que
estaba dispuesto a realizar. Pese a que a esas alturas de las guerras con
España todos los marinos súbditos de Su Graciosa sabían cómo las gastaba Don
Blas, el cantamañanas del almirante inglés dio la victoria por segura.
Sabía que tras los muros de Cartagena, descuidados y medio en ruinas, sólo
había un millar de soldados españoles, 300 milicianos, dos compañías de negros
libres y 600 auxiliares indios armados con arcos y flechas. Así que bombardeó,
desembarcó y se puso a la faena. Pero Medio hombre, fiel a lo que era, se
defendió palmo a palmo, fuerte a fuerte, trinchera a trinchera, y los navíos
bajo su mando se batieron como fieras protegiendo la entrada del puerto.
Vendiendo carísimo el pellejo, bajo las bombas, volando los fuertes que debían
abandonar y hundiendo barcos para obstruir cada paso, los españoles fueron
replegándose hasta el recinto de la ciudad, donde resistieron todos los
asaltos, con Blas de Lezo personándose a cada instante en un lugar y en otro,
firme como una roca. Y al fin, tras arrojar 6.000 bombas y 18.000 balas de
cañón sobre Cartagena y perder seis navíos y nueve mil hombres, incapaces de
quebrar la resistencia, los ingleses se retiraron con el rabo entre las
piernas, y el amigo Vernon se metió las medallas acuñadas en el ojete.
Blas de Lezo murió pocos meses después, a resultas de los muchos
sufrimientos y las heridas del asedio, y el rey lo hizo marqués a título
póstumo. Creo haberles dicho que era vasco. De Pasajes, hoy Pasaia. A tiro de piedra
de San Sebastián. O sea, Donosti. Pues eso.
Valiente,
honorable, buen estratega… muchos son los adjetivos que se pueden aplicar a
grandes héroes como el almirante Nelson, cuyo nombre aún resuena en Gran
Bretaña. Sin embargo, también son características de las que pudo presumir Blas
de Lezo, un oficial tuerto, cojo y manco de la marina española que
consiguió resistir el ataque de 195 navíos ingleses con apenas 6 barcos durante
el Siglo XVIII.
Esta
historia, digna de salir en cualquier película de la conocida saga «Piratas
del Caribe», es una de las muchas en las que se
ha demostrado la capacidad estratégica de la marina española de la época. Sin
embargo, se suma a las docenas de hazañas que han caído en el olvido.
Cojo, manco, y tuerto
Blas de Lezo
nació en Pasajes, Guipúzcoa, el 3 de febrero de 1687, aunque aún existe
controversia sobre el lugar y el año en que vino al mundo. «Las fuentes son
confusas y señalan otro lugar posible de nacimiento y otra fecha dos años
posterior, pero en lo que no hay duda es que es un marinero vasco que se
convirtió en uno de los más grandes estrategas de la Armada española en toda su
historia» determina Jesús María Ruiz Vidondo, doctor en historia militar,
colaborador del GEES (Grupo de Estudios Estratégicos) y profesor del instituto de
educación secundaria Elortzibar.
Su carrera
militar empezó en 1704, siendo todavía un adolescente. En aquellos años, en España se sucedía una
guerra entre la dinastía de los Austrias y Borbones por conseguir la corona
tras la muerte del rey Carlos II, sin descendencia. «Blas de Lezo había estudiado
en Francia cuando esta era aliada de España en la Guerra de Sucesión. Tenía
17 años cuando se enroló de guardiamarina al servicio de la escuadra
francesa al mando del conde de Toulouse», destaca el historiador.
Ese mismo
año se quedaría cojo. «La pierna la perdió en la batalla de Vélez-Málaga,
la más importante de la Guerra de Sucesión, en la que se enfrentaron las
escuadras anglo-holandesa y la franco-española» afirma Vidondo. «Fue una dura
batalla en la que una bala de cañón se llevó la pierna izquierda de Blas de
Lezo, pero él continuó en su puesto de combate. Después se le tuvo que
amputar, sin anestesia, el miembro por debajo de la rodilla. Cuentan las
crónicas que el muchacho no profirió un lamento durante la operación»,
cuenta Vidondo.
La pierna la perdió debido a una bala de cañón
Aunque el
combate finalizó sin un vencedor claro, el marino comenzó a ser conocido por su
heroicidad. «Blas de Lezo fue elogiado por el gran almirante francés por su
intrepidez y serenidad y por su comportamiento se le ascendió a alférez de
navío», explica el experto en historia militar.
El ojo lo
perdió dos años más tarde, en la misma guerra, en la fortaleza de Santa Catalina de Tolón mientras
luchaba contra las tropas del príncipe Eugenio de Saboya. «En esta acción y
tras el impacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla se le alojó
en su ojo izquierdo, que explotó en el acto. Perdió así para siempre la
vista del mismo, pero quiso continuar en el servicio y no abandonarlo»
determina Vidondo. Sin duda la suerte no estaba de su lado, pero Lezo siguió
adelante.
Finalmente,
cuando tenía 26 años, el destino volvió a ser esquivo con este marino. «La
Guerra de Sucesión había prácticamente finalizado en julio de 1713 con la firma
de la paz con Gran Bretaña, pero Cataluña seguía en armas por los partidarios
de la casa de Austria. El marino participó en varios combates y bombardeos a la
plaza de Barcelona. En uno de ellos, el 11 de septiembre de 1714, se acercó
demasiado a las defensas enemigas y recibió un balazo de mosquete en el
antebrazo derecho que le rompió varios tendones y le dejó manco para toda su
vida», determina el experto. Así, y tras quedarse cojo, tuerto y sin mano,
Blas de Lezo pasó a ser conocido como el «Almirante Patapalo» o el
«Mediohombre». Su leyenda había comenzado.
Hazañas iniciales
Una vez
finalizada la Guerra de Sucesión, Lezo se destacó por su servicio a España. Una
de sus misiones más destacadas fue la que realizó en 1720 a bordo del galeón «Lanfranco».
«Se le integró en una escuadra hispano-francesa al mando de Bartolomé de Urdazi
con el cometido de acabar con los corsarios y piratas de los llamados Mares del
Sur (Perú)», sentencia el historiador.
«Sus
primeras operaciones fueron contra el corsario inglés John
Clipperton. Éste logró
evitarles y huir hacia Asia, donde fue capturado y ejecutado», finaliza el
doctor en historia militar. Por esta y otras hazañas, el rey ascendió al
«Almirante Patapalo» a teniente general en 1734. Sin embargo, su misión
más difícil llegó cuando fue enviado a Cartagena de Indias (Colombia)
como comandante general.
El mayor reto de Lezo
El mayor
desafío de Blas de Lezo se sucedió sin duda en Colombia, donde tuvo que
defender Cartagena de Indias (el centro del comercio americano y donde
confluían las riquezas de las colonias españolas) de los ingleses, ansiosos de
conquistar el territorio. En este caso, los británicos aprovecharon una
afrenta a su imperio para intentar tomar la ciudad.
El pretexto
fue el asalto a un buque británico. «En este contexto se produjo en 1738 la
comparecencia de Robert Jenkins ante la Cámara de los Comunes, un contrabandista
británico cuyo barco, el Rebecca, había sido apresado en abril de 1731
por un guarda costas español, que le confiscó su carga. La oposición
parlamentaria y posteriormente la opinión pública sancionaron los incidentes
como una ofensa al honor nacional», determina Vidondo. La excusa perfecta había
llegado y se declaró la guerra a España.
Los
preparativos se iniciaron, y los ingleses no escatimaron en gastos. «Para
vengar la oreja de Jenkins Inglaterra armó toda una formidable flota jamás
vista en la historia (a excepción de la utilizada en el desembarco de
Normandía), al mando del Almirante inglés Edward Vernon. La armada estaba
formada por 195 navíos, 3.000 cañones y unos 25.000 ingleses apoyados por
4.000 milicianos más de los EEUU, mandados éstos por Lawrence, hermanastro
del Presidente Washington», afirma el experto en historia militar.
Los ingleses contaba con 195 navíos, 3.000 cañones y
unos 25.000 ingleses
Por el
contrario, Blas de Lezo no disponía de un gran número de soldados ni barcos
para defender la ciudad. «Las defensas de Cartagena no pasaban de 3.000
hombres, 600 indios flecheros, más la marinería y tropa de infantería de marina
de los seis navíos de guerra de los que disponía la ciudad: el Galicia (que
era la nave Capitana), el San Felipe, el San Carlos, el África, el Dragón y el
Conquistador. La proporción entre los españoles y los ingleses era de 1 español
por cada 10 ingleses», explica Vidondo.
Pero, lo que
tenía a su favor el «Almirante Patapalo» era un terreno que podía ser utilizado
por un gran estratega como él. Y es que la entrada por mar a Cartagena de
Indias sólo se podía llevar a cabo mediante dos estrechos
accesos, conocidos como «bocachica» y «bocagrande». El primero, estaba defendido por dos
fuertes (el de San Luis y el de San José) y el segundo por cuatro
fuertes y un castillo (el de San Sebastián, el de Santa Cruz, el del
Manzanillo, el de Santiago -el más alejado- y el castillo de San Felipe).
Lezo se
preparó para la defensa, situó varios de sus buques en las dos entradas a
las bahías y dio órdenes de que, en el caso de que se vieran superados, fueran
hundidos para que no fueran apresados y para que sus restos impidieran la
entrada de los navíos ingleses hasta Cartagena de Indias. La guerra había
comenzado y el «Mediohombre» se preparó para la defensa.
Comienza la batalla
«El 13 de
marzo de 1741 apareció la mayor flota de guerra que jamás surcara los mares
hasta el desembarco de Normandía. Para el día 15 toda la armada enemiga se
había desplegado en plan de cerco. Al comienzo se notó la superioridad
británica y fáciles acciones les permitieron adueñarse de los alrededores de la
ciudad fortificada», afirma Vidondo.
«La batalla
comenzó en el mar. Tras comprobar que no podían acceder a la bahía, los
ingleses comenzaron un bombardeo incesante contra los fuertes del puerto.
Blas de Lezo apoyaba a los defensores con la artillería de sus navíos, que
había colocado lo suficientemente cerca. Usaba bolas encadenadas, entre
otras artimañas, para inutilizar los barcos ingleses», narra el
historiador.
Lezo incendió sus buques para obstaculizar la entrada
de los ingleses
Tras acabar
con varias baterías de cañones, Vernon se dispuso a desembarcar algunos de
sus hombres, que lograron tomar posiciones en tierra. «Luego, el inglés se
dispuso a cañonear la fortaleza de San Luis de Bocachica día y noche durante
dieciséis días, el promedio de fuego era de 62 grandes disparos por cada hora»,
determina el experto en historia militar. El bombardeo fue masivo y los
españoles tuvieron que abandonar en los días sucesivos los fuertes de San
José y Santa Cruz.
El ímpetu
del ataque obligó al español a tomar una decisión dura: «Lezo incendió sus
buques para obstruir el canal navegable de Bocachica, aunque el Galicia no
prendió fuego a tiempo. Sin embargo, logró retrasar el avance inglés de
forma considerable. Blas de Lezo decidió dar la orden de replegarse ante la
superioridad ofensiva y la cantidad de bajas españolas», afirma Vidondo.
A su vez, en
Bocagrande se siguió la misma táctica y se hundieron los dos únicos navíos
que quedaban (el Dragón y el Conquistador) para dificultar la entrada del
enemigo. «El sacrificio resultó en vano, pues los ingleses remolcaron el
casco de uno de ellos antes de que se hundiera para restablecer el paso y
desembarcaron», sentencia el experto. Las posiciones habían sido perdidas y
los españoles se defendían en el fuerte de San Sebastián y Manzanillo. Además,
como último baluarte, se encontraba el castillo de San Felipe.
Vernon se cree vencedor
Los ingleses
habían conseguido acabar con varias fortalezas y asentarse en las bahías de
Cartagena de Indias tras pasar los obstáculos puestos por los españoles. Sin
duda, sentían la victoria cerca. «Vernon entró entonces triunfante en la bahía
con su buque Almirante con las banderas desplegadas dando la batalla por
ganada», narra el historiador.
ESTOS
INGLESES COMO SIEMPRE MINTIENDO Y TARGIVERSANDO LA HISTORIA.
Vernon envió
en ese momento una corbeta a Inglaterra con un mensaje en el que anunciaba su
gran victoria sobre los españoles. La noticia fue recibida con grandes
festejos entre la población y, debido al júbilo, se mandó acuñar una moneda conmemorativa
para recordar la gran victoria. En ella, se podía leer «El orgullo español
humillado por Vernon» y. además, se apreciaba un grabado de Blas de Lezo
arrodillado frente al inglés.
La victoria del «Mediohombre»
Vernon
estaba decidido, la hora de la victoria había llegado. Por ello, quiso darle el
broche final tomando el símbolo de la resistencia española: el castillo de
San Felipe, donde resistían únicamente seis centenares de soldados,
según cuenta el historiador. Sin embargo, el asalto desde el frente era un
suicidio, por lo que el inglés se decidió a dar la vuelta a la fortaleza y
asaltar por la espalda a los españoles. «Para ello atravesaron la selva, lo que
provocó la muerte por enfermedad de cientos de soldados, pero al fin llegaron y
Vernon ordenó el ataque», sentencia Vidondo.
Según narra
el doctor en historia, el primer asalto inglés se hizo contra una entrada de
la fortaleza y se saldó con la muerte de aproximadamente 1.500 soldados a manos
de los 600 españoles que consiguieron resistir y defender su posición a
pesar de la inferioridad numérica. Tras este ataque inicial, Vernon se
desesperó ante la posibilidad de perder una batalla que parecía hasta hace
pocas horas ganada de antemano. Finalmente, y en términos de Vidondo, el
oficial ordenó una nueva embestida, aunque esta vez planeó que sus soldados
usarían escalas para poder atacar directamente las murallas.
En la noche
del 19 de abril los ingleses se organizaron en tres grupos para atacar San
Felipe. «En frente de la formación iban los esclavos jamaicanos armados con un
machete», explica el doctor en historia. Sin embargo, los asaltantes se
llevaron una gran sorpresa: las escalas no eran lo suficientemente largas
para alcanzar la parte superior de las murallas. «El ‘Almirante Patapalo’ había
ordenado cavar un foso cerca de los muros para aumentar su altura y evitar el
asalto», determina Vidondo. Los españoles aprovecharon entonces y acabaron
con cientos de ingleses. La batalla acababa de dar un giro inesperado debido al
ingenio de un solo hombre, o más bien, «Mediohombre».
Tras la derrota, Vernon maldijo a Lezo mientras huía
El día
siguiente, según afirma el historiador, los españoles salieron de la
fortaleza dispuestos a aprovechar el duro golpe psicológico que habían
sufrido los ingleses. En primera línea corría Lezo, cargando al frente de la
formación mientras sujetaba el arma con su único brazo. Finalmente, y tras una
cruenta lucha, los menos de 600 defensores lograron que el enemigo se
retirara y volviera a sus navíos. Ahora, y de forma definitiva, la victoria
pertenecía a los soldados españoles y, por encima de todo, a un solo
combatiente: el «Almirante Patapalo».
Después de
esa batalla, se sucedieron una serie de intentos por parte de los ingleses de
conquistar la plaza fuerte, pero fueron rechazados. «Vernon se retiró a sus
barcos y ordenó un bombardeo masivo sobre la ciudad durante casi un mes, pero
no sirvió de nada», determina el experto.
Finalmente,
Vernon abandonó las aguas de Cartagena de Indias con, según los datos
oficiales, unos 5.000 ingleses muertos. Sin embargo, según determina
Vidondo, es difícil creer que la cifra sea tan baja, ya que el oficial
tuvo que hundir varios navíos en su huída debido a que no tenía suficiente
tripulación para manejarlos y no quería que cayesen en manos españolas. «Cada
barco parecía un hospital», afirma el historiador.
De hecho, y
según cuenta la leyenda, Vernon sentía tanto odio hacia el «Mediohombre» que,
mientras se alejaba junto a su flota de vuelta a Inglaterra, gritó a los
vientos «God damn you, Lezo!» (¡Que Dios te maldiga, Lezo!). Podía
maldecir todo lo que quisiera, pero había sido derrotado.
La mentira del inglés
Además,
según determina Vidondo, a Vernon todavía le quedaba un último mal trago:
informar en Inglaterra de que la había perdido la batalla. Al llegar a su
tierra, sin embargo, parece que no tuvo valor para dar a conocer la noticia
públicamente, por lo que fue pasando el tiempo hasta que, finalmente, sus
compatriotas descubrieron el engaño. Cuando salió a la luz, la vergüenza
fue tan arrolladora para el país que se tomaron medidas más drásticas para
acallar la gran derrota: «El rey Jorge II prohibió todo tipo de publicación
sobre la batalla», finaliza
Vidondo.
Inglaterra Silencia su Derrota
en Cartagena de Indias
La
humillación fue tal que el rey Jorge II ordenó a los historiadores ingleses no
se escribiera nada de la derrota; y los historiadores ingleses son hegemónicos,
lo que ellos no publican no existe. Y como los historiadores no escribieron
nada sobre Cartagena de Indias, esta batalla fue injustamente ocultada para la
historia.
Muy pocos
españoles han oído hablar de la guerra de la Oreja de Jenkins, en la que los
británicos sufrieron quizás, la vergüenza más grande de su historia. La mayoría
de españoles de hoy en día no se sienten orgullosos de serlo, mientras a los
ingleses les sale el orgullo por las orejas. Sin embargo, algunos ingleses
perdieron sus “orejas” por culpa de su derrota ante los españoles.
Qué fue de Vernon después de
su Derrota en Cartagena de Indias
A su vuelta
a Inglaterra y en vista de la cruda realidad, Vernon fue relevado de su cargo
inmediatamente y expulsado de la Marina en 1746.
CONCLUSIÓN:
Inglaterra
no volvió a amenazar seriamente al Imperio español que subsistió un siglo más.
España, en cambio, contribuyó años más tarde al desmoronamiento de las colonias
inglesas en América, hecho que también ha tratado de silenciarse: España en la
Guerra de Independencia y Bernardo de Gálvez (1746-1786).